– Niño, ¿lloras?
– Niña, lloro, espero, sueño.
– Niño, sólo han pasado unas horas desde que se fueron en el coche. ¿Qué será de ti?
– Niña, ¿volverán?
– No volverán niño, no les ha quedado más remedio que irse de aquí. Llevaban tiempo sin trabajo, sin poder pagar el alquiler de la casa, ya casi no les quedaba nada, sólo unos pocos ahorros y el coche.
– Niña, ¿quien les cobijará?
– Niño será el coche mientras no encuentren nada. No viajarán solos, irán con ellos también los sueños y las ilusiones. Durante el trayecto, las risas de los niños, serán el bálsamo de los padres. Las canciones que suele cantar la madre, se convertirán en arrullos. Los abrazos del padre y su sonrisa les calentarán en las noches frías.
– Niña, ¿ a dónde llegarán?
– Niño, no lo sé, ni ellos tampoco. Quizás recorran kilómetros y kilómetros sin que nadie les ayude. Será difícil encontrar un nuevo hogar, un nuevo trabajo, una nueva oportunidad.
– Niña, ¿qué haremos nosotros?
– Niño, vendrán unos nuevos habitantes dentro de un tiempo, me acogerán cómo algo valioso, inventarán historias sobre mí. Ellos no me moverán. Tengo miedo por ti. No sé si podrás aguantar todo este tiempo. La brisa del mar que te hace cosquillas ahora, con el paso de los días, formará surcos en tus varillas, cambiará el color gris de ellas por el pardo. Anquilosadas, reumáticas, no serán capaces de abrirse más. ¿Qué va a ser de ti ? Las personas no quieren cosas que estén deterioradas, herrumbrosas. Llegarán y te echarán lejos.
– Niña, me gusta abrirme. Me gusta sentir la lluvia fina cuando me acaricia suave. Me gusta el aguacero con su fuerte carácter¡Sus caricias son tan intensas! Están llenas de deseo y pasión. Incluso cuando me cierro, disfruto del silencio al lado de la mano que me lleva, me guía. También me gusta esperar en el lugar que nos dejan cuando entran en los sitios. Aprovecho esos momentos para hablar con mis compañeros, contarnos cosas, saludarnos. Cuando termina, me gusta sentir de nuevo su mano cálida. Mi compañero. Me gusta jugar al escondite con el sol. Si él sale, las varillas tapan mis ojos. Si se esconde y aparecen las grises dudas, yo salgo, abro mis ojos de nuevo. Niña, yo también quiero irme de aquí, recorrer mundo cómo ellos. Deseo ver otras cosas.
– Niño, nosotros no emigramos, somos cosas, nuestro sitio si no nos llevan con ellos será el olvido.Terminaremos en un rincón de una casa o al lado de contenedores, de papeleras. Las aceras también serán nuestro lugar, el de los abandonados. Las carreteras olvidadas, las playas desiertas… Nadie nos echará de menos.
– Niña, tú ya llevas aquí muchos años. No veo en tu cuerpo la mano de la brisa del mar, el color cobrizo del óxido.
– Niño, yo soy distinta a ti, mi naturaleza es diferente. Mi historia empezó hace muchos años. Durante este tiempo, he conocido muchos habitantes, compañeros cómo les llamas tú. Recuerdo con cariño al molinero, él también tuvo que dejar su trabajo, las máquinas nos quitaron de en medio. Una a una fuimos sacadas de ese molino, nos dijimos adiós con tristeza, nos desperdigamos por los caminos. Mi siguiente sitio fue una tienda de antigüedades, desde allí una mano nostálgica me trajo hasta este lugar. Es cierto que no tengo el color rojizo de la brisa marina pero me voy cubriendo de arrugas, quizás ese sea mi valor. Mis rasguños, heridas, arrugas, cicatrices sirven para los que quieran soñar, inventar cuentos, historias. ¿Quieres que te cuente uno?
Había una vez un emigrante que llegó a un país, no lograba encontrar trabajo. No sabía si la razón era porque su color de piel era diferente, o si era su lengua, su ropaje, su cultura, su forma de ver la vida. Un día en mitad de un camino, se sentó al lado de unas piedras, sin esperanza, triste. Las piedras le empezaron a hablar. Ellas le dijeron : » Trabaja con nosotras, inventa historias, cuenta también la tuya « El emigrante las miró e imaginó miles de figuras en que se podían convertir. Después de un tiempo de trabajo con ellas, se echó a la calle, puso una manta y encima colocó a sus personajes de piedra. Las ramas también participaron, las flores e incluso objetos cómo tú que él fue encontrando abandonados, le ayudaron en esta tarea. Figuras que recordaban leyendas que había escuchado de niño. La gente se paraba a verlas, se sorprendían por la belleza de esas composiciones. Sin reparar en el color de él, en su vestimenta, en su lengua, fueron comprando sus sueños. El emigrante de este cuento se sintió menos emigrante, había encontrado un pequeño hueco en el país para poder quedarse junto a la naturaleza.
– Niña, yo quiero emigrar.
– Niño, mi niño, abre tus varillas, deja que el viento cuando arrecie te lleve debajo de mí, aquí nadie te encontrará, nadie te llevará al sitio de las cosas abandonadas.Te refugiaré, te contaré historias, te arrullaré, te cantaré.
– Niña, ¿ y ellos?
– Niño, no volverán, nos los esperes más. Deja que Eolo al soplar te lleve¡No pongas resistencia! La caída no te dolerá ¡Escóndete debajo de mí! Se mi emigrante para siempre. Durante años he tenido visitantes conmigo. Emigrantes iguales, distintos, risueños, serios, parlanchinos, mudos, pequeños y grandes. Todos se han ido al cabo de cierto tiempo. Quédate conmigo.
– Niña, ¿quienes fueron esos emigrantes?
– Niño, eran hojas del otoño, melancólicas, que susurraban historias de amantes, eran algunos trozos de cuerda que hablaban de misteriosas leyendas, gatos curiosos de todos los colores que miraban la vida desde fuera, niños que se asomaban a las palabras de sus primeros libros, pequeños que jugaban al escondite, adultos que soñaban con vidas diferentes, insectos cazadores que se posaban despistados, lagartijas nerviosas que entraban y salían al momento, el tiempo corre deprisa para todos ellos. Ninguno se quedó. ¡Mira niño el viento está cogiendo fuerza ahora! Ábrete y ven.
– Niña, ¡voy!
OPINIONES Y COMENTARIOS