Traigo conmigo un montón de emociones. Nunca tuve un registro tan fuerte de ellas como cada vez que vengo a esta plaza. Me di cuenta tras pasar los años que es un momento para mí misma, donde puedo reflexionar, agradecer y recordar. Ya pasaron ocho años desde que dejé Buenos Aires y siempre que me siento en este banco de madera me acuerdo de mi país y de mis seres queridos. Extraño a mi familia, tan numerosa. Mis dos hermanas, mis adorables tías, mis sobrinos que ya son adolescentes traviesos. Cómo no extrañar a papá que me dio el más fuerte de los abrazos en la puerta ocho de Ezeiza. La imagen de Jorge mirándome cortar el boleto ante la oficial de Iberia fue la foto mas triste que jamas recuerde y quedará sellada para siempre en el fondo de mi corazón. Dejar los estudios, el trabajo, mis amigos.. Respiro bien fuerte mientras veo a los niñas jugar en los columpios y abro suavemente mi cartera, logrando sacar el pañuelo que me regaló la abuela en alguna navidad, permitiéndome disimular mi inminente llanto.
Fue una decisión difícil, pero en el fondo y por primera vez en mi vida, estaba siguiendo mis instintos, mis tripas, esa energía que sale de algún lado y se impone en la mente. ¿Cómo le explicaría a Alberto que no nunca estuve enamorada de él y que no quería casarme? ¿Cómo hacer para enfrentar esa situación, a su familia y al «qué dirán»? Mi noches se habían transformaron en intensas pesadillas, con sentimientos encontrados en una pelea sin fin entre mi corazón, mi cuerpo y mi mente. Me hubiese gustado haber podido conocer a mi madre. Mi padre me habló maravillas de ella. Cada vez que la recordaba solía sacarse sus lentes y mirar hacia el cielo con una sonrisa. Esa es la imagen que mas me gusta de papá. También me pregunto si en caso de estar viva, me hubiese apoyado en mi decisión o si en realidad se hubiese opuesto, dado que era una ama de casa, hecha y derecha, nacida para formar una familia y hacer feliz a su marido. ¿Habría hecho lo mismo mi madre? ¿Habría tenido las agallas para tomar la decisión de dejar todo y partir?
Lo cierto es que esa tarde tomé coraje. No me sirvieron de nada los consejos de mis amigas, mucho menos los de mis tías. Solo mi hermana Inés, tres años más chica que yo supo entender lo que me pasaba: No estaba enamorada de Alberto, jamás lo estuve. Nos conocimos en una reunión familiar y me lo presentó una de mis primas. Yo apenas me había egresado del colegio y fue el primer hombre que presenté en familia, el primero en compartir unas vacaciones y aquel a quien le había aceptado la propuesta de casamiento. Pero Alberto no fue mi único hombre en mi vida y esa es la cuestión. Ahora que estoy sentada, ya más tranquila, en este banco de madera, puedo aceptar lo que me pasaba, aunque me llevó tiempo, mucho tiempo.
Recibí la carta de Ernesto un frío día de julio. No me animaba a abrirla, me sentía con culpa y sobre todo con enfado. Estaba enojada. Hubiese querido que Ernesto jugase ese naipe en el momento que tenía que jugarlo, pero no lo hizo. Tal vez por cobarde, o quizás porque estaba casado. Lo que sí sabía era que estaba profundamente enamorado de mí. Me lo hizo saber en ese café de Talcahuano, cuando nos cruzamos casi sin querer, en donde no pudo mas que mirarme a los ojos durante unos segundos y abalanzarse en un abrazo eterno. Me besó por primera vez y sin siquiera decirle nada, sentí bien adentro mío que estaba profundamente enamorada de él. ¿Tuvo que esperar Ernesto a que supiera que estaba comprometida para que finalmente me dijera todas esas cosas lindas que me dijo? ¿No pudo acaso decírmelo cuando íbamos al colegio, en donde hasta la profesora de química notaba nuestros cruces de mirada?
Lo cité a Alberto en el café frente a la facultad. Nunca estuve tan nerviosa en mi vida. El llegó agitado, contrariado por sus tareas inconclusas y cansado de lidiar con clientes que no pagaban a término. Le tuve que pedir por favor que dedique un tiempo a escuchar lo que tenía para decirle. Nunca me di cuenta, pero Alberto nunca me escuchó, siempre hizo lo que quiso y nunca fui parte de sus decisiones. Siempre estaba tercera en su vida: Nunca antes que el trabajo o sus vicios, esos siempre estaban primero. Se calló recién cuando le dije que no lo amaba, que estaba confundida y que quería dejar la casa. Pasaron dos minutos hasta que pudo tomar aire y mirarme a los ojos. Nunca me preguntó si había otro o si me pasaba algo en particular. Me soltó la mano, se paro y me mando a la mierda. Asi de simple fue nuestra despedida.
Siete años de novia para darme cuenta que era infeliz y una carta para entender que podía estar mejor en otra parte del mundo. Pasaron años sin saber de la existencia de Ernesto, hasta que leí las palabras mas dulces y conquistadoras de toda mi vida y en ese instante, suspiré y me empoderé. Junte valor para establecer las conversaciones que debía dar y el coraje suficiente para tomar las decisiones que tomé.
Hoy me siento feliz en este banco de madera. Veo venir a mi esposo, con mis dos hijas catalanas, acercándose en sus bicicletas con rueditas. Barcelona me recibió con sus brazos bien abiertos y me permitió hacer lo que me gusta. Extraño a mi familia, a mi país, a mis amigas. Pero extrañar no se trata de rememorar el pasado, se trata de entender quien soy ahora, una mujer plena, feliz y dispuesta a todo. En definitiva las fronteras son solo trazos que nos separan de lo que deseamos. Ahora puedo decir, que con esta familia, puedo vivir en cualquier parte del mundo.
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