ESMERALDAS Y RUBÍES

ESMERALDAS Y RUBÍES

Alicia Prack

08/05/2017

Una botella de vino puede ser un detonante que cambia un supuesto destino por otro inesperado, que nos convierte en seres primarios, asustadizos y empequeñecidos.

La retórica parece ser el portal de una gran escena, la primera de una cadena de momentos que, juntos y enlazados, van perfilando una historia que promete algo diferente, atractivo y tentador.

Nada de lo antedicho debería ocurrir. Porque una botella de vino tiene duendes pícaros chapoteando en un pequeño mar de uvas y espuma, y cuando Esmeralda la toma del refrigerador, la escena, prolongada más de lo debido, responde a uno de los eslabones urdidos con la maestría que otorga el despecho. Y su próximo viaje a Marruecos es la excusa ideal para simular una despedida informal.

La secuencia fotográfica de ella sosteniendo el envase en su mano izquierda y el sacacorchos en su diestra, no insinúa más de lo que muestra: una reina en su contexto hogareño. Pero Esmeralda hace una cosa mientras piensa otra.
Las manos ágiles liberan el pico generoso de una botella que trae en su interior no solamente promesas de sabor, aroma y color, sino toda una jugada que pretende ser casual. Las fuentes con bocadillos de caviares y salmones, junto a las frescas burbujas de las copas, sacian en parte apetito y sed, llevados al extremo necesario de su maniobra.

La mujer deslumbra a todos con su atuendo audaz, y sabe que se lo dicen sin cumplidos, al sorprender furtivas miradas hacia su humanidad.
El costoso vestido es un adorno disuasivo tan letal como inesperado para cada uno de los comensales que están allí esa noche, reunidos a la mesa de una anfitriona que se adueña de sus almas.

Suena fatal, es verdad, pero Esmeralda, con un interés en el arte culinario que todos desconocían hasta ese momento, es capaz de sentarse como una felina a la cabecera de la mesa, mientras descansa sus manos enjoyadas sobre el encaje azul del mantel y le da la orden a la mucama de servir la comida principal.

Es premeditada la demora en servir la cena, calculada la temperatura del vino y muy sensual el placer de ver esas bocas hambrientas saboreando con gran gusto, los bocados con corazón de rubíes molidos. Quinientos maravillosos quilates en gemas birmanas, ahora impalpables, nadando en los tubos digestivos de su querido grupo de voraces amigos…

Ninguna foto en la sección policial de los noticieros matutinos le hace justicia a la belleza de Esmeralda. Tampoco se halló rastro alguno de los rubíes que estaban en la caja de seguridad de su ex, envueltos para obsequiar a esa amante de turno, sobre cuya existencia no le advirtieron aquellos envidiosos y traidores amigos.

Existen muchas Esmeraldas en el mundo. Tan iguales y diferentes. Como existen también rubíes del tamaño que sólo se engarzan para deslumbrar.

Es que en este universo de vanidades, algunos adquieren lustre y otros apenas intentan brillar…

Fin

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