Turno en urgencias

Turno en urgencias

lui vn

28/05/2017

12 de diciembre de 2007: Empecé mi jornada laboral con un corto encuentro con mi colega para contarme las cosas importantes del servicio, hice todo como cualquier día. Incluso «recibir turno como todas las veces».

Eran las nueve de la noche, había un gran volumen de pacientes, yo tenía mi segundo sola, era nueva en ese hospital, podría decirse que tenía casi el mismo miedo del primer turno, mientras hacía el ingreso de otra consulta monótona que trataba tal vez de un malestar que tenía una evolución de ocho días y me preparaba para decirle al paciente que no era una urgencia y que probablemente tardaríamos en atenderle, en el radio de comunicaciones, que conectaba a la policía, bomberos y otras entidades, alguien mencionó un bus grande quemándose a la entrada del municipio.

Ofrecí la explicación al paciente que atendía y en medio de las caras de preocupación de mis compañeros me dirigí al baño, me encerré y pedí a todas las formas de Dios que me permitiera hacer bien mi trabajo, y que de ser posible no me tocara a mí.

Luego de respirar profundo, salí del baño y llamé a mis compañeras, dos enfermeras con mayor experiencia, ellas acudieron y entre risas nerviosas, habitualmente no entendidas por los pacientes y sus familias como una forma de disminuir la tensión que esos momentos representan para el personal sanitario, alistamos las cosas, esperábamos que llegaran muchos pacientes, aceleramos los procesos cuanto nos fue posible.

Todo estaba en silencio, esperábamos que llegaran varias ambulancias, a cambio llego un taxi con 4 personas, pero eran diferentes, eran cuatro hombres, parecían sacados de la filmación de una película, habían partes de piel en su ropa y un hedor a carne y cabellos quemados, estaban en lo que la gente denomina shock. Las personas desconocen absolutamente que se refiere a s un momento en el que la gente no siente dolor físico, se encuentran confundidos y se preocupan por pequeñas cosas, tal vez porque el cerebro trata de distraerse del estado corporal.

Entendimos que eran víctimas de lo que creímos, era un accidente, teníamos todo listo para 30 pacientes, pero no para 4 en ese estado, lo primero era tomar un acceso venoso y calmar el dolor que físicamente se veía como temblor y sudoración, pero que eran incapaces de percibir, luego habría que hacerles más cosas, para cuidar la vida que no sabíamos si duraría.

Entre nosotros, enfermeras y médicos, habían miradas que reflejaban nuestra preocupación y tristeza por la situación, con todos tuve oportunidad de hablar, el primero de ellos tenía una actitud de líder, cuando lo iba a atender, me dijo «No, yo no necesito nada, ayude a los demás», tenía el 70 % del cuerpo quemado y meses después, luego de una larga agonía murió. Él era un policía que se encontraba como pasajero y trato de impedir el incendio.

El segundo era un muchacho joven, ayudante del bus, que tenía un alto porcentaje de quemaduras, el solo decía que su jefe se había muerto, decir que alguien estaba más grave no era posible, de él recuerdo su cabello ensortijado que me recordaba que casi era un niño, el murió el otro día, en un centro de mayor complejidad.

Había un señor anciano, que tenía un porcentaje de quemaduras que sumado a su edad no le iba a permitir sobrevivir, la urgencia en su tratamiento era el dolor y la comodidad, antes de iniciar los medicamentos que calmarían el dolor pero que le llevarían a un sueño del que tal vez no se recuperara, me entregó un teléfono, me pidió que llamara a su hija y le dijera que lamentaba no haber podido sacar a su esposa del bus, que por favor lo perdonara, me contó que ella usaba bastón, por eso no pudo salir del bus, llame a la hija y le pedí que fuera lo antes que pudiera, luego lo llevaron a la sala de cirugía para ventilarlo y lavar las heridas con la esperanza de poder ayudar.

El último de ellos, un joven a quien inculparon inicialmente se quemó las manos y solo decía que él no había sido, tres años después, perdió la vida por razones diferentes al accidente.

Cuando llego la hija del señor mayor, entro gritando mi nombre, me sorprendió mucho encontrarme con una monja católica, le explique la situación del papá y la acompañe a la sala de cirugía, en un acto de sinceridad y humanidad el anestesiólogo, le pidió que entrara y se despidiera del papá, ella lo hizo con la serenidad que las personas que tienen profundas creencias espirituales lo harían, casi amanecía y yo solo quería ir a mi casa, mi uniforme antes blanco ahora estaba lleno de cenizas y sangre.

La hija del señor mayor volvió a buscarme, y me preguntó por su mamá, hubiera querido ser otra persona, le dije lo que su papá me pidió que dijera, ella dijo que la habían buscado en las otras clínicas, entonces le dije lo que nadie en un hospital quiere decir, entonces hay que buscar en la morgue, se lo dije llorando, entonces ella me abrazó y me dijo «Yo sé, tranquila, ellos están en el cielo».

Por fin amaneció, pero tuve que trabajar casi tres horas más, llegue a mi casa, y con una taza de café le conté a mi mamá todo lo que había pasado, ella también lloró, meses más tarde, se confirmó que fue un acto deliberado del dueño del bus, quien contrató personas para incendiar el bus, pero en medio del forcejeo se incendió con las personas adentro, en total hubo 13 personas que murieron y 11 personas que sobrevivieron con grandes secuelas en sus vidas.

Casi once años después puedo decir que el personal sanitario también sufre, que también tenemos heridas que no son fáciles de curar y que seguro si no existiera la vocación nadie haría este trabajo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS