¿Es usted caperucita roja?

¿Es usted caperucita roja?

Jara

12/04/2020

─Documentación. Suya y del vehículo, si es tan amable─. Por el timbre de voz parecía joven, hombre tal vez. Era difícil asegurarlo. Con uniforme, mascarilla y guantes, todos los agentes de policía podían ser hombre, mujer o cualquier otro animal.

−Aquí tiene. Voy a ver a mi abuelo. Entre los papeles hay un informe médico─, contestó en la versión más amable que pudo.

Era el trigésimo sexto día de cuarentena.

─Vive solo. Noventa años─, añadió por si acaso y por decir algo. En los ojos del animal había un sedimento como de mina o trinchera. Era el cansancio.

─Está bien. Puede continuar. Circule.

Dejó atrás los ojos y abandonó la autovía en dirección al pueblo. A los bordes de la carretera comarcal, la vegetación configuraba un túnel arbóreo. Pinos, encinas. Bajó las ventanillas y el olor penetró coche adentro, amplificando el espacio.

─ ¡Bendita lluvia!─ dijo en voz alta. El espejo retrovisor reflejó su sonrisa.

Hinojo, romero, tomillo. Estallido de aromas en medio de la soledad. Las jaras lo salpicaban todo de blanco.

Cuando aparcó frente a la casa cayó en la cuenta. Podría haber parado. Nadie le hubiera visto arrancar unos cuantos tallos de hinojo. Al abuelo le encantaba mascarlo.

Llamó al timbre antes de abrir con la llave, según lo convenido. Una, dos, tres veces.

─¡Voy!─. Por la voz cantarina al otro lado de la puerta, parecía que el abuelo seguía vivo.

─La próxima vez te traigo hinojo, abuelo.

─ ¡Hinojo!─. Al hombre le bailó la mirada.─ ¡Ya puede esperar la muerte, ya! Pero cada día que pasa le cuesta más irse. Cuando traigas el hinojo llama cuatro veces al timbre.

─Llamaré cinco veces, abuelo. No lo olvides.

Pasaron el resto de la tarde jugando a las cartas.

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