Todos en el pueblo esperaban el día en que fuesen al otro lado del Monte. Y lloraban de alegría cuando por fin subían al tren y su viaje podían emprender.

Ilusionados, veían el pueblo del lado opuesto acercarse tras la ventana. Sin duda, valía la pena esperar.

¡Qué paz se podía respirar!… Y qué triste fue el adiós al tener que volver.

De regreso el maquinista observó a sus pasajeros. ¿Cuándo sabrían que habían dado la vuelta hasta el mismo lugar? ¿Qué pensarían de él?

Sería mejor callar…

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