Todos tenemos nuestras primeras experiencias laborales; quizá inolvidables, pero sin lugar a dudas llenas de emociones cargadas de matices multicolor.

Mi nombre es Esteban Toro y recuerdo muy bien mi primer trabajo debido a que fue la puerta que traspasé para llegar a la adultéz. No llegué allí porque quería realmente…, fue más por la necesidad del momento por el que pasaba mi familia; vivo con mi abuela y mi madre, quien se había quedado sin empleo y por su edad difícilmente la aceptaban en uno como el que tenía. Su ex-jefe era quién pagaba la Universidad a la que yo asistía; eso, hasta que decidió no ayudarme más; acto que se juntó al despido de mi madre y el deber de trabajar quedó en mis manos.

Recuerdo estaba nervioso esperando la hora para entrar a la entrevista de mi primer empleo, acompañado por mi mamá en una cafetería que quedaba frente al lugar, vestía corbata, camisa, saco, pantalón y zapatos de unas dos tallas más grandes; todo era regalado de un tío hace algunos años atrás y sinceramente me sentía poco cómodo. Llegando la hora, me despedí de mi mamá; ella me dio la bendición y miró hasta que entré al lugar de la entrevista. Era un lugar donde enseñaban inglés y la entrevista fue colectiva; todos muy bien vestidos (como todos unos ejecutivos) allí, nos explicaron de qué trataba, y si nos interesaba debíamos asistir a una capacitación de cinco días; los que no estuviesen interesados podrían faltar sin problema alguno. Así fue como comencé en mi primer trabajo como “asesor en ventas” en programas de inglés para aquella empresa.

Hora de entrada 6:00 AM para tomar café, hacer una reunión motivacional y desde las 8 AM salir a “asesorar”. Las que más me gustaban era las que ya tenían cita debido a que las personas llamaban a preguntar por el servicio, las que no… era ir prácticamente de puerta en puerta ofreciéndolo; nos tratábamos de “don” y “doña” por respeto y quizá dar algo de “estatus” muy probablemente porque siempre andábamos vestidos con corbata. Los lugares que visitábamos abordaban toda la Ciudad y sus Municipios cercanos, los pasajes salían de nuestro bolsillo, y si no vendías… o como preferían decirle ellos: “No matriculabas” simplemente no ganabas dinero. El trabajo era entretenido debido a que visitabas muchos lugares, pero desmotivaba el hecho de no alcanzar muchas veces los objetivos de “matricular” a alguien; pero bueno… el trabajo realmente se ponía interesante cuando visitabas particularmente los “barrios bajos” de la Ciudad, quizá adrenalina o algo similar; y es que Medellín – Colombia ha sido conocida por su historia negra en los 80ś y 90’s… lastimosamente hay muchos factores que siguen estigmatizando la Ciudad en el imaginario colectivo de las personas.

En fin, si hay algo real es que los años le han sentado de maravilla y el cambio realmente es muy notorio; incluso tantos años después de aquella historia la cual muchos medio conocen, quedan secuelas en los Barrios bajos… y es allí donde tuve experiencias fascinantes; ¿El por qué íbamos allí a pesar de conocer que no era seguro? …he de creer que la inocencia es la madre de la valentía… o mejor… de la ignorancia.

Tuve la oportunidad de conocer Barrios que ni en sueños muchas personas de esta Ciudad se atreverían a pisar y ni saben de su existencia; jamás olvidaré el Barrio Carambolas, lugar donde en una escuela para asesorar al director de la misma los niños me miraban como si estuvieran viendo a alguien que no estaban acostumbrados a ver. Dos de ellos que estaban a escasos tres metros se codeaban animándose como para acercarse.

-Señor, hola.

Yo amablemente le devolví el saludo.

-Señor, ¿me da su autógrafo?

Yo sorprendido y apenado le pregunté por qué.

-Es que usted se parece mucho al de Spiderman.

Me reí con mucha pena jaja, quizá para ellos era muy raro ver a alguien de cabello castaño y ojos verdes vestido de traje y solo por ese hecho me le parecí. La inocencia de un niño es algo maravilloso… yo era muy joven, por lo que mi razonamiento fue: …No soy el actor de Spiderman, si le doy el autógrafo no tendría validez alguna; por lo que no se lo di. Lo sé… Ahora que soy mayor me arrepiento de no habérselo dado; quizá esa pequeña acción hubiese significado un regalo de su héroe favorito de manera indirecta.

En otra oportunidad visité el mismísimo Barrio donde se filmó “La Vendedora de Rosas” La Iguaná. He de decir que entré con miedo, las personas me veían como alguien definitivamente fuera de lugar; No era complicado caminar por la calle principal buscando nomenclaturas… lo difícil era entrar a sus callejones, debido a que estaban “custodiados” por hombres de la zona como su habitual lugar de reunión (sinceramente de no muy buen aspecto). Debía entrar por allí para buscar la casa de la persona que iba a asesorar, así que caminé sin mostrar miedo y aparentando serenidad.

-Buenas tardes, ¿cómo están? busco a la señora Miriam Vásquez, ¿saben de pronto cual es su casa?

-¿Qué más llavería? ¡Ah…! Esa es la cucha que vive subiendo, coja el camino de la izquierda y siga pa’ riba; hágale pa’ que nosotros lo cuidamos, relájese.

Algo que me relajó un poco fue que alguien me confundió con un testigo de Jehová jajaja, así pude seguir buscando en ese laberinto de callejones poco seguros. La asesoría realmente era para un joven el cual entró en la delincuencia a falta de oportunidades; quería estudiar inglés… Pero no podía costearlo. Me marcó el ver su impotencia, quizá buscaba desesperadamente salir del mundo en que estaba.

Para mi son hechos que marcan la vida misma de aquellos que saben ver; es toda una experiencia que muestra gran cantidad matices sentimentales y te enseñan a valorar la palabra sencillez, para realmente ver al humano y su verdadero mundo interno.

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