Era una preciosa puesta de sol aquel día en el que Lucio estaba sentado sobre una gran piedra erguida solitaria en el camino que subía cuesta arriba de aquella montaña. Meditabundo, dibujó una leve sonrisa de condescendencia en su rostro al comparar su vida con el resto, ya que él había dedicado su vida al desarrollo de sí mismo. Había logrado domar sus debilidades. Había forjado en sí el sentimiento más arraigado y profundo de autodisciplina con el que había obtenido grandes y lujosos bienes de los que disfrutaba casi a todas horas. Si la perfección acaso existía, su vida era lo más cercano a ella. Sin embargo, como es costumbre que ocurra entre los de su clase, no había logrado alcanzar la felicidad. Esta le era una doncella esquiva, y por muchas riquezas que llegara a poseer, la sensación de que su vida se derramaba entre sus dedos, se había transformado en su compañera eterna. Bien conocidas le resultaban tantas filosofías y tantas formas diferentes de enfocar la vida. Buscó en sí, buscó fuera de sí, mas nunca halló lo que buscaba.

En la distancia creyó vislumbrar a un hombre. El extraño personaje que avanzaba con paso lento y sosegado, terminó por situarse cerca de Lucio. Al poder verle mejor, vio un rostro marcado por una poblada barba, y una mirada de ojos jóvenes que al momento se antojaban una mirada afable, y otrora mostraban un abismo tan profundo que alcanzaba la parte más oscura, recóndita y profunda de la pobreza humana. Lucio superaba en varias decenas, la edad de este individuo. Armándose de valor, pues le intimidaba el temple que del Viajante emanaba, buscó la mirada de su nuevo compañero para poder dirigirle palabra:

– ¿De dónde viene usted Viajero? Se me antoja, por el aspecto de su vestimenta, que lleva un largo trecho de andadura.

El Viajante se tomó unos instantes para responder. A Lucio le pareció que el extraño sujeto había pasado un prolongado periodo de tiempo sin profesar palabra alguna hacia nadie.

– Hace mucho ya que vengo vagando de pueblo en pueblo, de urbe en urbe, de camino en camino. Vengo de todas partes, y voy a todas partes. ¿Y usted? ¿Suele venir a sumergirse en sus pensamientos aquí? La vista es, desde luego, hermosa.

– Si. Mi hogar está cerca de este lugar, así que cuando mi atareado horario me lo permite, me concedo el capricho de venir aquí.

– ¿La familia, los negocios?

– Claro. Mi padre siempre tuvo un buen trabajo, pues era profesor en la corte real, y en la universidad más prestigiosa de la capital. Nunca llegamos a considerarnos ricos, mas nunca nos faltó de nada. Aquel nivel de vida me permitió recibir una buena educación, y tuve por añadidura la suerte de relacionarme con infantes de la realeza, con lo que me granjeé unas buenas relaciones casi desde el primer momento. Con todo ello, logré fundar un buen negocio que me ha permitido vivir holgadamente desde que cumplí 24 años. A cambio, todo sea dicho, también tuve que sacrificar e invertir casi la totalidad de mi tiempo libre. ¿Y usted? ¿Tiene familia, tiene algún negocio o trabajo?

– Yo sólo me tengo a mi mismo. Llevo tanto tiempo vagando que mi vida ha sufrido grandes cambios. De hecho, usted apenas tiene tiempo para poder escapar de su ajetreada agenda para tener unos instantes consigo mismo, sin embargo mi vida consiste en la contemplación continua de mí mismo.

Lucio se sintió inmediatamente cautivado por las similitudes que este hombre y él, sin duda, compartían.

– ¿Y a qué se debe tan peculiar modus vivendi? ¿Acaso es usted un mártir anónimo? ¿Pertenece usted a alguna clase de religión que le empuje a esta vida de ascetismo y renuncia de sí?

Por unos instantes, el extraño individuo, se sumergió en un profundo silencio. Finalmente respondió:

– Podría vanagloriarme, como hacen tantos otros, entregarme a los banales placeres que concede la falsa modestia y asegurarle que dedico mi vida al desarrollo interior para poder compartir mis conocimientos con las personas y ayudarlas a mejorar en su día a día. Pero eso no estaría haciendo justicia a la realidad.

– ¿Y cuál es, pues, esta realidad?

– La realidad es que yo no soy ni distinto ni mejor que usted ni que nadie. De hecho todos compartimos el mismo barco en lo que se refiere a las bajezas y vilezas del alma humana. No obstante, mi peculiar modus vivendi surgió de la idea de que no podía seguir soportando una vida basada en la altanería, la artería, el vilipendio y la vileza. Tuve que abandonar aquella realidad que pese a que se me antojaba la más natural y humana posible, también se me hizo imposible de aceptar.

– Eso es cierto Viajante, pues según me ha enseñado la experiencia de los años, en lo más recóndito de nuestros corazones, no hallaremos diferencia alguna con nuestro prójimo. Pues todos odiamos lo que no entendemos, codiciamos lo que no tenemos, y cultivamos un egoísmo desmesurado que nos acaba alienando, lenta pero indefectiblemente, de nuestros allegados y semejantes. He experimentado los pecados capitales en mi alma y en mi corazón. Me he hallado a mí mismo culpable de las perversiones que otrora por el día juzgaba y por la noche me zambullía en ellas, no sin cierto sentimiento de culpa. Pero el placer y la satisfacción propia siempre acaban pudiendo a la voluntad del hombre que aún no es hombre.

El Viajero asintió a modo de aprobación, pues coincidía parcialmente en lo que Lucio acababa de decir. Seguidamente, añadió:

– Bien cierto es que no es hombre quien no es capaz de doblegar sus deseos más profundos y egoístas. Y sin embargo, no es hasta que saciamos en nosotros al animal salvaje que nos impreca a perseguir al hedonismo y a la libidinosidad de nuestra alma, que nos empezamos a dar cuenta del vacío que deja en nosotros dichas conductas.

– Efectivamente. Desde pequeños, ya sea por la educación que recibimos, o por el mero ejemplo de nuestros allegados a los que admiramos, que tomamos por verdad inamovible ciertos valores y ciertas realidades que hogaño descubrimos insuficientes para apartarnos de aquellos males, que estas mismas ideas aseguraban, debíamos evitar.

– Coincido. La verdadera raíz del problema radica en que no podemos asegurar, sin abrazar por ello cierto dogmatismo, qué realidad representa el “mal” y qué realidad representa el “bien”. En nuestra egolatría consideraremos “bueno” todo aquello que nos acabe reportando algún tipo de beneficio, y consideraremos “malo” todo aquello que de un modo u otro nos dañe en mayor medida que nos beneficia. Como siempre ha ocurrido en la historia, estamos dejando atrás viejos prejuicios y viejas ideas prefabricadas para dar paso a otras nuevas. Sin embargo en esta ocasión, estas nuevas ideas no han sido razonadas, sino que han surgido como respuesta antagónica al mundo anterior, y si ahora actuamos de un modo concreto, es porque antaño hicimos justo lo contrario. Somos como niños que hacen lo que sus progenitores señalaban como incorrecto. Estamos forjando una rebeldía ciega e injustificada contra lo que se nos enseñó por el mero motivo de que ya no existen consecuencias. Dios ya no nos puede castigar si pecamos.

– Hemos escorado a Dios de nuestra voluntad y de nuestra conciencia. ¿Quién nos dictará ahora cómo debemos vivir y cómo debemos actuar?

– Nadie más que nuestra conciencia, o eso es, quizá, lo que a alguien que está por encima de nosotros, le compensa que creamos.

– No comprendo – Dijo Lucio, desconcertado por el súbito cambio de rumbo en la conversación.

– El ser humano es, por naturaleza, un ser que persigue su comodidad. Y no hay nada más cómodo que tener a un superior que tome por nosotros las decisiones más tediosas y más complejas, para así evitarnos la responsabilidad de asumir un posible error.

– Estoy de acuerdo Viajante. Siempre es difícil encontrar a un empleado que esté dispuesto a tomar decisiones arriesgadas. Y siempre es difícil tomar la decisión de ceder en alguien dicha responsabilidad.

– Alguien nos ha dicho que tenemos que ser libres, que debemos creer lo que queramos creer, pero también nos han impuesto, de soslayo, un marco del que no debemos salirnos. Soy libre para creer lo que quiera, siempre que sea lo que la mayoría cree. Puedo creer lo que quiera, pero si no consigo muchos bienes, muchas riquezas, y muchas mujeres no seré verdaderamente feliz, y si no soy feliz ¿qué sentido tiene la vida? Nos han inyectado la idea de que debemos perseguir un modelo de felicidad concreto, y nos han hecho creer que si nuestra vida no es feliz, entonces no merece la pena que sea vivida. Han creado un nuevo paraíso y un nuevo infierno, y nos han convertido en nuestro propio predicador que nos recuerda cuándo nos estamos alejando del camino.

Fue Lucio quien esta vez guardó silencio, tratando de asimilar tantísimos conceptos que habían surgido de un amistoso saludo a un completo desconocido. Cuando logró asimilar la situación, respondió:

– Últimamente la idea de que no alcanzo la felicidad, pese a todos los medios que dispongo para ello, me ataca incisiva e incesante cada noche en mi lecho antes de dormir.

Lucio no sabía por qué añadió esto último. Le resultó algo natural, como si su nuevo compañero fuera un ángel enviado para liberarle de aquel yugo al que su destino le había querido someter.

El Viajero dirigió su mirada desde la puesta de sol, directamente a los ojos de Lucio, mostrando cierta sensación de familiaridad. Parecía que el hombre sabía que esto acabaría ocurriendo. Entonces Lucio añadió:

– ¡He domado mi espíritu, dominado mis placeres, subyugado a la ira y controlado el dolor! He alcanzado un grado sumo en el autoconocimiento, y alcanzado grandes logros en la meditación. Y sin embargo, sigo vacío, sigo incompleto, sigo infeliz.

El Viajante quedó silente, escogiendo adecuadamente las palabras que estaba a punto de proferir:

– No sé a partir de qué punto exacto en la historia, los humanos nos convertimos en esclavos y sirvientes de una imagen venerada, difusa como el humo, a la que llamamos felicidad. Somos fervientes seguidores, convencidos hasta lo más profundo de nuestro ser, que tenemos la obligación moral de ser felices. Cuando usted se alejó de la religión y abrazó nuevos dogmas y nuevas filosofías, no hizo más que sustituir un ídolo por otro. Lo que busca no está ni dentro ni fuera de usted, pues lo que busca no existe. Sin embargo, en la vida sí debe existir un equilibrio. Hay belleza en el dolor, y creatividad en la lenta sucesión de la vida. No puedo decirle cómo ser feliz, pues lo que usted quiere es vivir sin dolor. No puedo decirle cómo vencer el dolor, pues sin dolor no hay vida.

– ¿Y cuál es la moraleja? ¿Cuál es la solución?

– No siempre existe una solución, y no siempre se aprende una moraleja. Simplemente, la próxima vez que tenga la oportunidad de venir aquí, a encontrarse consigo mismo, trate de preguntarse si sus objetivos, si sus metas y sus logros son suyos o son de otro. Acostumbramos, nosotros los escépticos, a citar, eruditos que somos, frases de célebres pensadores, a repetir palabras de otros, pero recuerde lo esencial: si mis palabras no son mías, entonces no soy libre.

Y tras una amistosa despedida, aquella fue la última vez que Lucio volvió a encontrarse con el Viajante, ni nadie que se le pareciera. El Viajero fue una leve brisa que sacudió las cortinas de una habitación vacía. Pasó desapercibido, sin dejar huella. No rubricó un antes y un después en la vida de Lucio. Tan sólo fue el eco de la primera gota de lluvia en caer, del último trueno en resonar, y de la primera brisa de verano.

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