Hacia más de un mes que había entrado en prision. Las paredes tenían los dibujos de las uñas en el yeso. Pocos muebles, los justos, desgastados por el uso. El suelo de hormigón gris, ya marrón por el paso del tiempo. Un tubo fluorescente que no paraba de parpadear y emitir un chisporroteo constante. Martilleaba en su cabeza. El lavabo ,diminuto, con un grifo carcomido por la cal, goteaba salpicando y formando un charco de agua en una esquina.
Abrió los ojos al escuchar el revoloteo de un pájaro. El día era triste, gris, apagado. La poca luz ,que se colaba por la ventana ,reflejaba sombras mortecinas, frías, lúgubres…
Haciendo un esfuerzo, se levantó. Sin peinar, se echó una chaqueta deshilachada por los hombros, se puso sus raídas zapatillas y, con los ojos medio cerrados ,arrastrando los pies ,llegó a la ventana. Allí guardaba la leche y El resto de una pechuga de pollo.
Se pasó la agrietada mano por la enredada barba. Tan áspera que sonaba al frotar.
Hizo un esfuerzo para enfocar la vista y sólo pudo ver cómo huía el ladrón.
¡Adiós pollo!. El cuervo se lo llevaba en el pico dejándole sin comida .
Con pasos inestables y presa de la ira, fue en busca de una escoba. Tenía que esperar varios días a que los voluntarios le trajeran comida y medicamentos. No se encontraba muy bien . La doctora decía que tenía un virus.
Todavía quedaba un trozo entre el papel y la bolsa de plástico. El bicho volvió a volar muy cerca de la ventana. Dando vueltas y más vueltas alrededor del botín. El hombre daba escobazos al viento. El cuervo no se amedrentaba y persistía sin tregua.
Se aproximó más y más hasta picotearle en las manos. Siguió con los ojos , la cara el cuello…
Desde la ventana de enfrente, una mujer tiraba al cuervo todo lo que tenía a mano, mientras gritaba: ¡socorro, llamen al 112 Don Arturo está muerto!
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