Me incliné a ver la hermosa calle desde el balcón de mi habitación con la simpleza y la desesperación de buscar la inspiración que tanto necesitaba para mi novela. Sí todo iba según mis planes, aun a pesar de que no los fueran para él, saldría para el otoño de este mismo año. El problema radicaba en que James se pasaba casi toda la jornada en casa con mi madre tomando té y fumando, con la única excusa de tenerme observada y de vigilar mis pasos apenas dejándome un minuto sin tocar mi puerta. No le gustaba la idea de que escribiera y menos sí le mantenía con la curiosidad y no le permitía leerlo.
Raramente lograba entender todo aquello que era significativo para mí, ya que de hecho en más de una ocasión me hacía testigo de sus pensamientos u opiniones entre los cuales una mujer de mi posición en la sociedad que se diera a la escritura, era una pérdida de tiempo. Sin embargo, hacíamos una pareja perfecta según la opinión de mi querida madre aunque fuéramos totalmente opuestos en la gran mayoría de las cosas. James era desesperante, arrogante y un tanto encandilador con todos aquellos que afamaban su carrera militar y en los grandes eventos de la ciudad, se exhibía cual pavo real para tener todavía más ese protagonismo que según él, se merecía. En todas las convenciones, fiestas y compromisos, él aferraba mi mano contra la suya mientras yo fingía una sonrisa de oreja a oreja pero a la más ligera oportunidad que se me presentaba, intentaba escabullirme. James aún estaba enamorado de mí pero no de la manera que lo hizo años atrás. Al principio llegué a pensar que lo era todo para él, su mundo, su sabor preferido y erróneamente, su futuro. Pasaban los días y mis ganas de quizás vivir, se iban flaqueando; me sentía débil e insignificante como a un mosquito al que darle caza. Por eso entre otros motivos, empecé a escribir esa novela para poder sentirme libre, viva, recuperar ese brillo en mis ojos que hacía tiempo que se había desvanecido…Para volver a ser yo misma. Sin embargo, me encontraba allí, observando el color de las flores de la floristería de enfrente un tanto anonadada mientras me lo cuestionaba una y otra vez.
A mi madre la encantaba, incluso demasiado, nuestro futuro compromiso y como en todas las viejas historias que nos cuentan de niñas, la joven deseaba huir de la gran torre en la que se encontraba prisionera. James siempre bromeaba con la situación, resplandecía su enorme sonrisa por el gran salón y a continuación, me guiñaba el ojo. Conocía con perfecta claridad que él estaría dispuesto a cualquier cosa con total de que me casara con él. Le horrorizaba imaginar que algún día me alejara de él y le dejara sólo en aquella inmensidad de humo y olor a hierbas sin la silueta de mi sombra a su alrededor. Mi vida, en cambio, se desvanecía como la pólvora al arder; la mecha se iba apagando, consumiéndose como una vela en la oscuridad. Al oír unos pasos cada vez más cercanos, corrí a sentarme en el cómodo sillón del lado de la ventana, pluma en mano y mirada perdida. Durante los meses anteriores, el papel de actriz se me había antojado y desgraciadamente, funcionaba mientras por desgracia mi voz me desgarraba en el interior enloquecida y furiosa. Levanté la mirada al abrirse la puerta.
-¿Interrumpo alguna espléndida y maravillosa inspiración? – Me dijo mientras se desaflojaba la corbata de la camisa.
James se acercó y empezó a observar cada punto de la habitación, como un niño en una juguetería con sus encantadores ojos verdes esmeralda. Sus brazos se encontraban rígidos hacía atrás y su pelo rizado se encontraba desordenado con aquellos destellos blancos que incómodamente, pese a que las intentaba ocultar, se veían a la luz del día. En último aspecto, me miró a mí.
– En verdad, no puedes. Sin embargo, te puedo ofrecer un estupendo paseo por los jardines, si así lo deseas. Tom los ha dejado realmente preciosos y seguro que mi madre estará encantada de hacerte compañía. – le respondí con sorna.
En esos instantes y cada vez más, su presencia e incluso el tono de su voz se me hacían irritables y muy pesados como un saco lleno de piedras en el fondo del mar. Aquellos días en los que disfrutábamos uno en compañía del otro se habían agotado, perdidos en el tiempo y ahora, pertenecían al pasado. James temía que llegara aquel día pero era inevitable.
– James, he pensado en viajar. Irme una temporada lejos de aquí. Quién sabe, posiblemente sea lo que necesito y no me he dado cuenta hasta ahora.- me levanté y dejé la pluma en el precioso tintero que me regaló mi abuela de Venecia, cuando tan sólo tenía 7 años.
-¿Irte? ¿A dónde? ¿Tu madre es consciente de ello o ni siquiera te has molestado en decírselo? ¿Acaso vas a abandonar a tu madre ahora que tu padre está…muerto? – dijo mientras la expresión de sus ojos cambiaron radicalmente, su mirada era fría y su faz denotaba una ira que acabaría por estallar.
-¿A mi madre? Mi madre está mejor sin mí, sin que nada ni nadie la ponga en evidencia delante de sus invitados. Además ella siempre se las ha arreglado perfectamente, no creo que necesite a nadie más que a su propia sombra. No sé ni el cuándo ni a donde, pero necesito irme de aquí para acabar lo que un día empecé. Lo necesito, de verás. – Clavé mis ojos en los suyos como si fuera la última vez que lo haría.
-No puedes irte de manera tan repentina Agnes. Y de ninguna de las maneras, irte sola sin mí. ¿Te has parado a pensar en qué dirán? No puedo dejar la comandancia de la noche a la mañana para que tú puedas recuperar tu estúpida inspiración en algo que no tiene ni pies ni cabeza. ¿Quieres acaso que seamos el tema de habla de todo el mundo?
-¿Crees qué quiero centrar la atención del mundo James? Me da igual lo que digan sobre mí la prensa, los periódicos o la gente de este hipócrita país. Y tampoco te he pedido que vinieras conmigo. Es un viaje que voy hacer sola, no te preocupes por mí como si fueras mi padre. No conoces ni la mitad de mi vida ni lo que quiero, así que por favor te pido que no te entrometas. La decisión está tomada.
Empecé a recoger la habitación de forma incontrolable mientras él no paraba de ir de un lado para otro de la habitación, mirándome perplejo con los ojos desorbitados y podía apreciar un leve temblor en sus huesudas y pálidas manos. El paso estaba dado y las inquietudes o el temor, o quizás ambas, me presionaban el pecho y no había manera de que cesaran. Cada segundo me era insoportable. Mi respiración se entrecortaba y allí estaba él, inmóvil e incapaz de hacer nada.
-Con todo lo que he arriesgado por ti, deberías sentirte más que agradecida y afortunada. Sigues siendo la niña desobediente y egoísta que conocí y te prohíbo que nos dejes a mí y a tu madre por una tontería. Ahora pues, te vestirás y nos acompañarás a mí y a tu madre a la gran fiesta que han organizado las más grandes fábricas de Gran Bretaña, quieras o no.
Avancé unos pasos y me giré hacía él, intentando retroceder. Rápidamente me agarró con fuerza de la mano y sentí una frialdad que despertó un miedo hacía él, que anteriormente en el tiempo que le había conocido, no había sentido jamás. En ese instante se me presentaron algunos resquicios sobre su extraña vida pasada, aquella que tanto intentaba ocultar a toda costa y no paré de cuestionarme de sí había algo de verdad en ella ¿realmente era quién decía ser?
-No me vuelvas a decir lo que debo de hacer, James. Te recuerdo que no soy tu marioneta y no eres todavía mi marido. – le respondí.
Tenía la garganta seca y las lágrimas estaban a punto de aparecer en mis ojos, los cuales estaban llenos de impotencia. Me había dado cuenta de cómo era él, mis sentimientos habían cambiado y ya nada me aferraba a él.
-Harás lo que yo digo y punto. – Clavó sus ojos en mí mientras me asía con fuerza la muñeca y vi en él, no al hombre del que tiempo atrás me había enamorado sino a una bestia incontrolable capaz de cualquier cosa.
-¿Eso es lo que le decías a tu difunta esposa? – Simultáneamente corrí hasta la puerta blanca de mi habitación y le perdí de vista.
Las escaleras giraban alrededor mío y no pude ver con claridad si James me seguía. Únicamente quería salir de allí, huir de él de una vez por todas aunque eso me costara un alto precio que pagar. Los pasillos se me hacían eternos y en la casa se respiraba un ambiente de tranquilidad, como si estuviera realmente abandonada pero rápidamente oí la voz de Elisabeth sobresaltada por el escandaloso y ensordecedor ruido de mis tacones al correr por el mármol.
-Señorita Agnes ¿qué sucede? ¿se encuentra bien? ¿quiere que llame a un médico? – me dijo de manera agitada y nerviosa.
Elisabeth ha sido nuestra criada y mano de llaves desde que tengo memoria y por lo que a mí me respecta, conoce todos los entresijos de esta familia como anillo al dedo. Siempre ha sido una persona muy importante para mí y ha estado de mi lado en los peores momentos de mi vida por lo que ella era la persona más adecuada para que me ayudara.
-Eli, necesito que me abras la puerta de atrás de la cocina por favor ¡rápido! – la rogué mientras ella cogía el manojo de llaves de su bolsillo y se abría paso entre las diversas puertas que había hasta la cocina.
Su pulso temblaba y apenas podía articular palabra. A lo lejos, la voz de James resonaba como un huracán en toda la primera planta y el miedo se apoderaba de mí a medida que le sentía más cerca. Al abrirme la puerta de atrás, me despedí de ella y salí disparada de camino a la calle la cual estaba tan abarrotada de gente que apenas se podían visualizar con claridad el nombre de los distintos puestos que estaban instalados en la acera. Me escondí detrás de uno, lo suficiente para que James no pudiera reconocerme. Se encontraba en la puerta de la calle observando la gente más cercana a esta con una mirada impasible, y detrás suya estaba Eli llorando. La imagen fue desgarradora y no paré de preguntarme de si realmente había obrado bien, ¿tendría que estar huyendo toda mi vida y que personas inocentes pagaran mis platos rotos? No estaba preparada para lo que se me venía encima, pero arriesgaría todo para tener mi libertad.
Seguí andando calle arriba, con la mirada puesta en el suelo sin darme cuenta de que alguien me asió del brazo delicadamente.
- -Perdone señorita, ¿se encuentra bien? – su voz era cálida y su tacto en mi piel resultó frío y a la vez reconfortable.
Seguí mi camino sin mirar atrás, quien fuera que fuese, ahora mismo no era mi prioridad y podía esperar. Las voces y risas de toda aquella gente las empezaba a oír a lo lejos como si estuvieran a una gran distancia de mí. Los colores de los vestidos que llamaban la atención de las miraras masculinas junto con el olor de la comida recién hecha mezclada con los perfumes de la alta sociedad, me hicieron perder la cabeza y poco a poco empecé a no darme cuenta de si estaba caminando o era el mundo quien realmente giraba a mi alrededor. Una silueta viniendo hacía mi fue lo último que recordé de aquel día.
OPINIONES Y COMENTARIOS