​Se habría conformado con un no.

​Se habría conformado con un no.

Esta es una historia para todo los niños escondidos en corazones vacíos, incapaces de salir y retirados al más absoluto silencio.

En el este de roma y asomado a la ventana de la tienda de golosinas que solía visitar cada semana, Alessandro observaba a la gente moviéndose, el barullo de las calles de su barrio que no descansaría hasta pasada la media noche. Se dio la vuelta y para llamar a su hermano mayor Pietro, él ya estaba en la adolescencia, tenía ese aire chulesco y despreocupado de cualquier chico de su edad. Pero al contrario que normalmente, Alessandro no gritó a su hermano, pues a su lado estaba la chica más radiante que el niño había visto jamás. El pequeño con solo diez años sabía ya lo que era el amor, la larga melena de aquella chica, sus ojos oscuros, que incitaban a la locura. Ojiplático, Ale no pudo articular palabra, su mirada clavada en Celia, o al menos era ese el nombre cosido a su mochila. Debido a su profunda obnubilación el pequeño no pudo ver la colleja inminente que su hermano estaba a punto de propinarle.

¡Ay!- se quejó Alessandro.

¡Vamos pesado que estas todo el día empanado!- respondió el hermano mayor.

El pequeño salió corriendo tras su hermano y justo antes de salir de la tienda de golosinas se dio la vuelta una última vez, y vio la cara angelical se su preciada Celia. No se la pudo quitar de la cabeza esa semana, jugando al fútbol solo podía pensar en ella, en la escuela la dibujaba en sus cuadernos, intentando captar absolutamente toda su belleza aunque sabía que era imposible. Su pelo largo liso y de color negro, su piel pálida y aterciopelada, sus ojos grandes y oscuros, y su sonrisa radiante que podía iluminar una sala entera.

Con cierto miedo por la reacción de su hermano, Alessandro llamó a su puerta, últimamente su hermano no le trataba muy bien, pero como decían sus padres era cosa de la edad. -Pietro ¿puedo preguntarte algo?- dijo con una voz temblorosa. -¿Qué quieres canijo?- Le respondió su hermano irritado. -Solo… solo quería saber de dónde conoces a Celia- Dijo el pequeño más nervioso que nunca. -Venga Alessandro para de dejarte en ridículo no ves que eres un niño pequeño, vete a jugar con tus piruletas y déjame en paz- Pietro respondió frío como el acero.

Los ojos de Alesssandro se fueron inundando poco a poco hasta que su vista se tornó borrosa, y una lagrima callo sobre su sonrojada mejilla. Pietro nunca sabría lo que es querer como él quería a Celia, nunca sabría lo que el amor real significaba. No merecía la pena explicárselo, solo el entendería lo que Celia significaba. La persona con la que pasar el resto de su vida.

Dos días después y sin haber cruzado palabra con su hermano mayor Alessandro salió de su cuarto, para ir a la escuela como de costumbre. Al dar el primer paso, empujó algo que había en el suelo, dio dos pasos más y alcanzo una carta blanca. Corriendo el pequeño volvió a entrar en su cuarto y cerró la puerta tras de sí. Cuando abrió la carta un olor tan bello como el de su dueña salió despedido, la carta decía:

Querido tú:

Sé que no hemos hablado casi y que quizás esto te suene un poco precipitado y raro, pero creo que tú y yo lo podríamos pasar muy bien, me encanta estar como una niña contigo, aunque claramente ya no lo sea, creo que si quieres de aquí podría salir algo muy especial. Si estás de acuerdo o simplemente tienes curiosidad por ver qué pasa. Te espero en la plaza de al lado de la tienda de golosinas donde nos vimos por primera vez. Por la noche, a las diez.

Tuya Celia.

No había ninguna duda para Alessandro, tenía que ir esa misma noche, pero antes, debía demostrare a su hermano lo equivocado que estaba. Cogió entonces el sobre y abierto lo dejo encima de la mesa de su hermano.

Pietro esa noche subió a su cuarto tras la cena, y allí encontró esa misma carta. La cogió la leyó ilusionado y salió velozmente de su cuarto, de la carta calló una nota que Pietro no alcanzó a ver, que decía: “Ahora quien es el niño”. Ojalá la hubiese leído y entonces todo habría cambiado.

Eran las nueve y media y Pietro se arreglaba para salir de casa, al llegar a la plaza se encontró con Celia, la tomó entre sus brazos y la besó. Ninguno sabía que detrás de la esquina de aquella tienda de primeros encuentros, estaba un corazón ahora roto en mil pedazos.

Alessandro fue arrastrando su espalda y doblando las rodillas, hasta poder abrazarlas, sentado en cuclillas en el suelo. Pasaron los minutos y las horas. Pasaron personas por delante de él pero nadie se paró a preguntar, y finalmente el chico se puso en pie, anduvo hacia su casa, entro en su cuarto y cerró la puerta. Se tumbó en la cama, y antes de dormir se juró una sola cosa, que nunca volvería a amar.

Poco sabía el niño, que más tarde como para cada uno que lee esta historia, esos desengaños amorosos no significarían nada… ¿O es eso lo que queremos pensar?

Después de años y años tras nuestras primeras desilusiones amorosas, todos fingimos, decimos que no significan nada, que no sabíamos lo que era el amor, y que ahora esa historia no habría significado nada para nosotros. No creo que esto sea real, encerramos a ese niño en cuclillas en un cajón muy dentro de nuestro corazón y le cerramos las puertas para siempre. Quizás por eso el amor eterno es muy difícil de encontrar, quizás es que solo los verdaderos valientes dejan salir a ese pequeño y se enfrentan a sus sentimientos.

Puede que la promesa que hizo Alessandro la estemos cumpliendo, que nos hayamos roto en mil pedazos pero nunca nos hayamos llegado a reponer del todo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS