9 (auto)razones para reconectar(me)

9 (auto)razones para reconectar(me)

Myriam Solórzano

04/05/2017

Uno.

No me vengas con esas, de esto ya habíamos hablado antes. No puedes ir por la vida como si nada nunca pudiera afectarte, como si tuvieras el corazón recubierto por una tela impermeable. Porque… a quién quieres engañar, ¿a los demás o a ti? Por más que levantes tu cabeza al andar, hagas sonar tus pasos mientras mueves tus caderas de mujer segura, y rías a sarcásticas carcajadas que muestren tu independencia e inteligencia, no vas a poder evitar que alguien entre por alguna rendija cuando bajes la guardia. Y créeme… pasará, si es que no ha pasado ya.


Dos.

¿Qué me dices de ese chico que solo quería encontrar la manera de hacer que te quedaras un ratito más? O de ese compañero que intentaba impresionarte con sus historias de chico de ideas claras en las que perderse entre unos vinos y una conversación. El que se sabía de memoria cada uno de tus errores amorosos y te recordaba a cada momento tu magia, esperando que algún día te dieras cuenta de que él sí que era distinto a todos los demás, pero no por él… por ti. ¿Te has dado cuenta de cómo te busca en cada mirada y te mira embelesado hablar de cosas que ni entiende, pero que escucha porque salen de tu boca? Pues sí que lo hace, ese al que te cruzas cada mañana en la parada del autobús mientras tú te dedicas a hablar por teléfono mientras el mundo sigue corriendo. Si es que seguro, que ni si quiera crees al que te aguanta cada día repitiéndote que está ahí y que no piensa irse a ningún lugar que no sea contigo.


Tres.

Ahora te sonrío y me sonrío, ¿lo notas?, ¡me inundan los recuerdos! ¿Te acuerdas de cuando estabas enamorada y parecía que nada malo podía pasar si estabas dentro de uno de sus abrazos? Creo que nunca te he vuelto a ver sonreír así… tan de verdad y tan desde dentro, podían oírse tus risas desde cualquier parte de la ciudad, estoy segura. Las tardes interminables de paseos buscando excusas para no irse a casa y las conversaciones sobre todo y sobre todos, porque todo parecía importante si tenía que ver con él. Y es que, nadie había conseguido entrar tan fácilmente y tan poco a poco, que cuando quisiste darte cuenta y echar el freno, ya estabas coladita de la cabeza a los pies… nunca dos cuerpos hablaron y se entendieron tan bien sin palabras, a pesar de la torpeza de sus manos y sus labios. Os encantaba ensayar cada beso para ver si llegaba uno perfecto, mejor a cada intento pero nunca el que más, porque como decía vuestro juego “lo mejor siempre estaba por llegar”. Y tanto que lo estaba, solo que quizá ese no era vuestro momento, tu momento, y no pasa nada… parecía que nada podía ser peor y amiga… no solo lo mejor estaba por llegar, lo peor también venía detrás por mucho que te esforzabas en esquivarlo.

Puede que no lo creas, pero sobrevivirle fue la mejor manera de que aprendieras que los corazones rotos no mataron nunca a nadie, y de reconocer(te)lo.


Cuatro.

Los errores están permitidos, no hace falta demostrar nada ante nadie. Y oye, que si resulta que la cosa no es como esperabas, siempre estás a tiempo de plantarte aquí, de no subir la apuesta y retirarte sin enseñar más cartas. No te quedes con las ganas, arrepiéntete de todo lo que has hecho pero no de lo que nunca hiciste. Más te vale quedarte con la pena que quedarte con las dudas… los “y si” acaban con más vidas que las paradas cardíacas. Y es que… ¿hay algo con menos vida que alguien que deja de sentir? No hay adrenalina ni electroshocks que revivan a quien ya no quiere dejarse llevar nunca más.


Cinco.

Pobre chica, esa tú del pasado que a veces intenta hacerte escuchar a base de lanzar recuerdos a tu memoria; intentando acercarse a ti una y otra vez y tú ahí, tan impasible y tan “me da igual”. Madre mía si echaras la vista atrás y vieras cuanto odiabas a todos aquellos que iban por la vida sin ver a los demás… y no me refiero al encuentro de dos pupilas en una mirada, me refiero a pararte y a descubrir al otro, a verlo por dentro y de verdad, aprender a llegar a eso que no se muestra por “miedo a”, a llegar a las esencias… a conectar. Qué nostalgia recordar lo bien que se te daba mostrarte y dejarles mostrar. Sí, cuando no te daba tanto miedo lo que pudiera pasar o pensar todo aquel que está a tu lado y no te ve, ya sabes a qué me refiero con eso.


Seis.

No te compliques, no nos compliques. Si algo puede ser sencillo y fácil, mejor dejarlo ser y no adornarlo con dramas y lágrimas. Lo sé, hay gente que se aprovecha, que miente, que no se entrega, que pide sin dar, que le da la vuelta a todo y te hace sentir la culpable de algo que ni siquiera ha pasado… pero qué pereza de darle vueltas a la cabeza, qué pereza de vivir con mil barreras por si alguien resulta ser ese tipo de gente y, qué pereza de tener pereza.

A ver si te enteras de una vez, que las barreras no te protegen de nada… solo te aíslan de todo y de todos.


Siete.

Sé que odias las listas, pero es que ya no sabía cómo hacerte ver que te estás equivocando y que no paras de pisar el acelerador, que nos vamos a estrellar y que en el fondo casi da igual, porque ya hemos perdido la vida.

Y por qué no, también es otra manera de hacerte ver que lo que no te gusta puede empezar a gustarte si liberas tu mente de los yo nunca y los yo soy. ¿Para qué aferrarse a lo que uno es, si no te permite ser? Me acaba de venir a la cabeza aquella vez que decidiste dejarte llevar, ese que hacía que destruyeras todos tus nunca… y qué bien te sentaba esa pose, estabas más guapa… casi no pesabas nada y flotabas. Como si pudieras llegar a cualquier lugar de un salto si querías.


Ocho.

Qué jodido fue darse cuenta de que quererse no es suficiente. Que había que quererse mucho pero bien, no valía con cualquier manera. Y te has montado tantos filtros, que es casi imposible llegar a la meta contigo, te rajas casi siempre antes de empezar a andar. Me niego a creer que todos tuvieran una gran pega insuperable más allá del poder de dañarte… a mi no me engañas por mucho que puedas rebatir cada una de mis razones, encuadradas en tus teorías de nadie necesita a nadie. Porque sí que lo necesitas, y sobre todo si quien se ha perdido eres tú misma.


Nueve.

Bienvenida a lo que son las cosas y no a lo que te has contado a ti misma que son. Porque siento decirte que esta vez sí que hay una realidad y una verdad, y no son las que tú te has creído. Pero tranquila, que en una cosa tenías razón… lo mejor está por llegar, y es que estás a tiempo de pisar el freno y volver a (re)conectar(te).

Cuánto me alegra ver esa cara de darse cuenta…


Adelante valiente, la vida empieza después de estas letras.

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