Covid-19: 28-3-2020

¡Cumplida la primera quincena de confinamiento! Hace un día precioso, el cielo se ha despejado. Hoy toca fiesta.

Una amiga me envía su foto vestida de primavera, de colores, de buen tiempo. Es su particular recuerdo y homenaje a su madre. De ella aprendió, que no hay mejor instrumento que la alegría para afrontar la vida. ¡Qué suerte poder compartirla con ella!

En casa celebramos cumpleaños. Toca una celebración distinta, con lo que tenemos a mano, sin compras, sin salidas ni encuentros familiares; volver a lo esencial, a las pequeñas cosas, a disfrutar de lo que tenemos y de lo que compartimos, a vestir de fiesta lo cotidiano sin más expectativa que la propia vida. Mantel y vajilla de fiesta, botellita de vino, y plato simple pero sustancioso. Las felicitaciones han llegado a montones. He cortado una flor de la terraza, y he acabado un poema que llevaba tiempo esperando la ocasión para llegar a su destinataria. Regalo y deseo a la vez:

Ojalá

Ojalá el día

nos amanezca

con el sueño cumplido

y las caricias gastadas.

Ojalá el día

nos amanezca vivas.

Ojalá las puntas de los chuzos

atraviesen tu alma

y la rieguen para siempre.

Ojalá le florezca un cerezo.

Ojalá la verdad nunca te duela,

la mentira no te roce,

silencio y palabra

cómplices, espanten tus miedos.

Ojalá siempre quede un resquicio para la luz,

un hueco para el viento

una semilla para la tierra

una música para tu soledad.

Ojalá.

Recibo una canción que me esponja el alma y me deja el corazón chorreando: “Canción de las simples cosas” en la voz de Mercedes Sosa: “Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida». Acaba el día como empezó: con un canto a la alegría. No conozco mejor trinchera.

 

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