Sus nudosas y huesudas manos, que se asemejaban de forma enfermiza a las ramas enredadas de una viña vieja, temblaban. Sus venas, marcadas y abultadas, palpitaban al compás de su desbocado corazón. Y éste tamborileaba, rítmico y veloz, bombardeando alocadamente sangre por todo su cuerpo, de forma tan brusca, tan cruel… que le zumbaban los oídos, se le nublaba la vista y se le agitaban todas y cada una de las partes de su cuerpo.

Su respiración se iba acelerando, y cada nueva bocanada parecía más corta y menos útil y más absurda, porque cada vez que intentaba alcanzar algo de oxígeno, sentía que se asfixiaba aún más. Y la angustia se sumaba a la impotencia, y le entraban fuertes ganas de arrancarse los escasos y blancos cabellos que quedaban poblando su cabeza. Pero no lo hizo, pues temía que si se soltaba de la silla caería como un peso muerto, y de ahí no sabía si podría volver levantarse.

“¿Qué hago aquí?” Se preguntó, pues no recordaba ni cómo, ni por qué, ni cuándo, ni donde estaba antes, ni en qué estaba pensando para llegar hasta ahí. No recordaba nada.

Y no recordar nada ya se le estaba haciendo costumbre.

Sus manos temblaban, ¿qué estaba haciendo ahí?

  • – ¡Rosa!- Aulló angustiado- ¡Rosa! ¿¡Dónde estás!? ¡Rosa!

Nadie acudió a su llamada.

  • – ¿Rosa…?- Un pequeño y tímido murmullo escapó de sus labios.- ¡Rosa! ¡Rosa esto no es gracioso! ¡ven ya!

El silencio reinó en la casa. Y él se preocupó, porque Rosa siempre había sido muy ruidosa, era imposible no notar su presencia, entonces… ¿por qué ahora no se oía nada?

¿Absolutamente nada?

Con caminar desconfiado y tambaleante, llegó al pasillo y se quedó observándolo desde el umbral de la puerta. Era un pasillo estrecho, desordenado y oscuro, mucho más tétrico de lo que él recordaba. Algunos cuadros estaban descolgados, o inclinados, incluso rotos. Y a él ese pasillo le pareció una cruel imitación de su cabeza. Del desorden que sentía, de todas sus memorias descolocadas o desaparecidas, de cuán desconocida se le hacía ahora.

Atravesó la puerta, y, a cada paso, recuerdos perdidos salieron a la superficie para flotar a la deriva. Uno tras otro, descolocados. O bueno, no tan colocados como él desearía.

Un paso.

Sus ojos le miraron, pero él solo pudo fijarse en la triste y desconsolada procesión de lágrimas que surcaban esas dos mejillas arrugadas. Él no había escuchado al doctor. Sus oídos habían distorsionado todas las palabras que siguieron al “Lamentablemente” rutinario que escapó de su boca. Nada nunca fue, ni es, ni será bueno detrás de un “lamentablemente”.

Y menos si viene de los labios de un neurólogo.

Dos pasos.

Cada vez se sentía más perdido. Hacía dos días había tenido un ataque de ansiedad, le habían recetado dos pastillas más.

Para relajarle, decían… Para drogarle, él pensaba…

Además, él no sabía si sería capaz de tragarse todas las pastillas que debía.

Eran tantas…

Tres pasos.

Rosa llevaba días ausentándose de casa, y él antes no le habría dado tanta importancia, de no ser por lo perdido que se sentía sin su presencia ¿Quién sabía lo rápido que su moribundo cerebro podría olvidar? ¿Y si llegaba y él no la recordaba?

Eran pensamientos cuanto menos estúpidos.

Pero el miedo estaba ahí. Demasiado palpable.

Cuatro pasos.

Últimamente ella se veía más cansada. Incluso habían contratado a una mujer para ayudarle a hacer las tareas. Él habría querido ayudar, de no ser por el trabajo que llevaba desempeñando desde hacía más de cinco meses…

Autocompadecerse.

Cinco pasos.

Rosa se había desmayado. Y cuando fue a coger el teléfono para llamar a su hijo, no recordó su número, ni cómo utilizar el teléfono, ni qué narices estaba haciendo ahí.

Pasaron más de diez minutos en los que él miró al teléfono, y sintió que el teléfono le devolvía una mirada de lástima. Por eso decidió ir a buscar a Rosa, para quejarse de todo y de nada a la vez, para recibir alguna palabra de consuelo, o solo para sentir que alguien realmente estaba ahí, presente. No como sus recuerdos.

Y, cuando la encontró, recordó la razón por la cual estaba intentando llamar por teléfono.

Y se rió histéricamente ¿Cómo había podido olvidarlo?

Seis pasos.

Mientras Rosa se recuperaba en el hospital, uno de sus hijos se quedó con él.

Pero no era lo mismo. Su hijo estaba todo el rato con su trabajo, mirando o el móvil, o el portátil, o las dos cosas a la vez.

Y se sumergió aún más en su desgracia.

Siete pasos.

Cuando ella volvió estaba prácticamente irreconocible. Su rostro estaba pálido y demacrado, con pómulos demasiado sobresalientes y ojos demasiado poco luminosos. No había más mejillas sonrojadas, más risas ni más pasos apresurados.

Solo pisadas cansadas, quejidos ahogados y ojos huecos.

En ese momento no pudo continuar caminando. Inestablemente se apoyó en la pared, tan torpemente que uno de los pocos cuadros que quedaban colgados se cayó. Cayó sin gracia, sin estilo y mucho menos, sin sentido.

Vio el cuadro roto.

En el suelo.

Con el cristal destrozado.

Roto.

Y entonces levantó la mirada, y una sombra de terror asomo por los bordes de sus ojos.

¿Sería tan malo continuar en la ignorancia?

¿Sería tan malo no querer recordar más?

¿Sería tan malo no querer saber el final?

Y se giró, prefería no saber nada más, seguir en su asqueroso mundo resquebrajado donde desconocía absolutamente todo, que recordar eso. No quería recordar eso. Y ya. No era tan malo, ni tan enfermo, ni extraño, ni ruin.

Es más… ¿Quién no desearía olvidarlo?

Y él sabía que en unos pocos minutos olvidaría por completo esto, lo que ahora estaba sufriendo, lo que ahora estaba recordando, todo. Dentro de pocos minutos estaría aferrándose a otra silla llamando temblorosamente a Rosa, porque él vivía de silla en silla, de grito a grito y de intento de recuerdo a intento de recuerdo.

Era mejor que todo quedase medio insinuado en su mente, que su posible muerte quedase solo en eso, en posible. No era necesario confirmar nada. Le bastaba con eso.

¿Para qué recordar más?

Pero los sonidos de la puerta abriéndose, del característico tintineo que tenían sus llaves, le llenó de alegría.

Y cuando llegó hasta la puerta, ya no recordaba de qué se alegraba. Ya no recordaba nada.

Absolutamente nada.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS