Esta historia comenzó cuando el tiempo echó a andar y emprendió su inexorable función. Corregir el olvido, deshacer el miedo y devolvernos nuestra verdadera Identidad. Experimentar todo lo experimentable y contemplar en silencio el luminoso florecer de la verdadera Vida. La tarea que se me encomendó es la que rige mi existencia, y os prometo que no he dejado de llevarla a cabo ni uno sólo de los días que recuerdo. Se me encargó acompañar a la humanidad, proveerla de todo lo necesario, respetarla en sus decisiones y nunca, nunca jamás, dejar de confiar en ella. Y así será.

Muchos juzgan sus actos como malévolos, pero yo guardo el recuerdo de su inocencia y sé que pronto podréis ver mi verdadero rostro. Revelaros mi nombre sería sencillo, pero la única forma de conocerlo realmente es recorrer el camino sagrado. Y todos, en algún momento, decidiréis hacerlo.

Toda vuestra vida ha transcurrido sobre mi cuerpo. Las sólidas montañas que me acercan al cielo, las playas amplias que despejan vuestra mente, mis verdes llanuras, la sabiduría de los desiertos que transforman vuestra conciencia, las aguas que me recorren y bañan, las criaturas que os sirven de ayuda y compañía y el espíritu de los árboles que tenéis por maestros. Todo a vuestro servicio y vosotros sin ver que formáis parte de mi propio corazón.

No obstante ha habido partes de la humanidad que ya recorrieron el camino, y llegaron a ver la realidad de su existencia. Esas partes despiertas, brillantes como mi padre, el Sol, se sientan hoy a mi lado y me ayudan en la tarea de despertar al resto de su ser, aún somnoliento.

¡Ay, si la humanidad viese su propia luz!

Es paradójico que aún pocos hayan recorrido el camino hasta mí. Y es que en su adicción a la complejidad, la humanidad no puede ver lo sencillo que es ese camino. La humanidad le teme a lo irreal. Está soñando sobre mi regazo y sólo puedo contemplar la intensidad de sus pesadillas hasta que decida despertar y volvamos a reír a carcajadas.

Cuando os decidáis, el tiempo llegará a su fin, pues su único cometido es corregir vuestra incredulidad.

Esta historia es el mapa de aquellos que se han decidido por la verdad. Como vuestra Madre, mi voluntad es vuestra felicidad, y a la vista de vuestra historia ya podríamos asumir que no sabéis qué es la felicidad, y mucho menos cómo vivirla.

Hijos míos, os habla vuestra Madre Tierra. Vuestra felicidad, vuestra libertad y vuestra función de Vida son una sola cosa, un simple y heroico gesto. ¡Escuchad mi Voz!

El mar estaba revuelto y las olas rompían agitadas en la orilla de una de mis islas más misteriosas. La pequeña barca arribó entre los golpes de agua, se deslizó un poco por la arena y su único tripulante, tan mareado como desesperado, saltó como pudo hacia la quietud del suelo firme.

Confundido y ansioso se tumbó en la arena para recobrar el aliento. Aquello no podía estar pasándole. El cielo nublado sobre la isla resumía muy bien la situación. Había sido desterrado y condenado prácticamente a muerte, pues las leyendas sobre la isla dejaban muy claro lo imposible de su supervivencia. Su atrevimiento le había costado la vida en apenas unos días. Sus proyectos, metas, amores y divertimentos se habían esfumado de un plumazo y en su interior sólo ardía un pensamiento: deseaba vivir, y lo deseaba intensamente.

¡Nunca se había sentido feliz por el simple hecho de estar vivo!

Pero ahora, la inquietud que se apoderó de su mente por la acechante cercanía de la muerte hizo que este increíble descubrimiento pasara a través de él sin pena ni gloria. Como un breve centelleo en la oscuridad de su futuro inmediato.

Frente a él, las fauces de la selva. Un escenario desconocido, pintado con mil tonos verdes, acababa de convertirse obligatoriamente en su residencia. Como saludo recibió un pellizco de miedo en la boca del estómago.

Frente a tanto desaliento, la isla le tenía reservado un preciado regalo y aunque él no supo interpretarlo en aquel momento, las señales empezaban a aparecer.

A la entrada de la selva, escondida junto a unos pequeños árboles, encontró su rayo de esperanza. No pudo contener la sonrisa. Abandonada y escondida, pero aún aprovechable, encontró una pequeña y sencilla cabaña de madera, sólidamente fijada a la tierra. No demasiado espaciosa, lo justo para poder refugiarse. Las maderas que la formaban habían sido levemente tratadas, lo suficiente para que su estructura no dejase aberturas. El techo estaba debidamente cubierto con abundantes ramas, la mayoría habían caído de forma natural con el paso del tiempo. Fuese quién fuese el responsable, le había salvado la vida. De momento.

Esa fue, sin duda, la noche más larga de su vida. En la cabaña, solo, sin esperanzas y presa del pánico, no pudo dejar de imaginar las formas horribles que adoptaría su futuro. ¿Cómo sobrevivir? En ocasiones la muerte se presentaba más como solución que como tragedia. Y en ese marco mental transcurrieron días, semanas y meses.

De algún modo iba encontrando migajas de qué alimentarse, y conseguía solventar los peligros que percibía en la naturaleza. Entre ellos, la presencia de una extraña tribu que despertaba sus mayores temores, pues había visto como esas bestias aberrantes enterraban vivo a uno de sus propios congéneres. Vivía atemorizado. Atemorizado por no encontrar comida, por la seguridad de su cabaña, por el clima, los insectos, los animales, la enfermedad, el dolor y la muerte.

Hasta aquella noche no tuvo tiempo (ni ganas) de pensar en ello, pero en ese momento la cuestión que había ignorado durante tanto tiempo cayó sobre él. La vida no tenía sentido. Al menos aquella vida.

Esa agonía podía alargarse un tiempo determinado, y ofrecerle algún pequeño e insustancial momento de placer, pero tarde o temprano él terminaría muriendo y todo lo vivido habría sido en vano. Una historia llena de sufrimiento que simplemente se apaga. ¿Qué sentido podía tener? ¿Para qué seguir?

Esta pregunta abrió una pequeña brecha en su mente y, sobrecogido, bajó sus defensas. En ese momento le parecía absurdo todo aquel esfuerzo titánico para, en el mejor de los casos, sobrevivir un día más.

De manera que, casi sin darse cuenta, se contempló a sí mismo saliendo de aquella pequeña cabaña que tanto temía perder.

La luna, deslumbrante, dibujaba con suaves tonos blanquecinos los contornos y formas del paisaje. Y en su extraño deambular llegó, sin que fuese su intención, a un árbol enorme con el que se había topado en más de una ocasión. Ya había reparado en la solemnidad de aquel ejemplar, pues parecía el padre de cuanta vegetación lo rodeaba, extendiéndose por encima de todo y abrazando a la isla con sus inmensas y pobladas ramas. Las raíces sobresalían dramáticamente del suelo, haciendo las veces de refugio, debido a su llamativo grosor. Se acercó con curiosidad y alcanzó a ver un hueco, arropado por las inmensas raíces, lo suficientemente grande como para acomodarse. Sin pensarlo dos veces se dejó caer.

Agotado ya por el peso del miedo, lo que dejó caer en esta ocasión no fue su cuerpo, sino sus certezas. Todo lo que creía saber lo había llevado hasta una situación insostenible, y por lo tanto debía ser erróneo. ¡Wow! ¡Se dio cuenta de que no sabía nada! ¡No tenía sentido intentar arreglar nada!

Esta idea lo sumió en un profundo descanso. Una sensación cuya textura no parecía de este mundo. Y sin saber cómo, se rindió. Aquella voz sonó con claridad en su mente. No estaba dormido, pero su conciencia tampoco tocaba el supuesto mundo real.

“Ya puedes descansar, es la hora de que el recuerdo florezca de nuevo, porque así lo has elegido”.

A pesar de su sorpresa decidió seguir escuchando, pues el sonido interno venía acompañado de unas intensas oleadas de paz que alcanzaban todo su ser.

“Hijo mío, siempre que me llames podrás escuchar mi voz y ella te devolverá la comprensión, hogar inevitable de la paz. No me recuerdas todavía, pero pronto volveremos a vernos. Tus pasos se elevarán sobre la tierra, si así lo eliges. La paz que estás viviendo ahora deberá bañar al mundo que te muestran tus sentidos, y para ello debes entregar cada tormento a quien te conoce. Ya sabes que no sabes, de modo que tu única opción es permitir que se te enseñe. Hay en ti una voz ruidosa que intentará distraerte con malabares de dolor y placer. Recuerda que no eres eso. Busca detrás de ella. Cuando oigas tu verdadera Voz, la felicidad no podrá sino inundar tu corazón. Todo lo que es irreal empezará a deshacerse cuando dejes de sostenerlo, entonces caerán los velos y volveremos a vernos. La libertad es tu naturaleza, no le des la espalda por más tiempo. El Amor te llama, y cuando tu decisión de escuchar sea íntegra, volverás a casa.”

El silencio se asentó en su mente, y durante una cantidad indefinida de tiempo, descansó.

Bien entrada la mañana el sol ya acariciaba la playa. Aquel baño fue diferente. Todo tenía un brillo más intenso y la naturaleza parecía agradecer la presencia de aquel hombre nuevo.

La experiencia junto al árbol le había llevado más allá del tiempo y ahora su mirada hablaba de esa otra realidad pacífica y atemporal.

Sus quehaceres diarios no variaron mucho, sin embargo todo parecía resolverse sin mucho esfuerzo. La ley del Amor ocupaba ahora casi toda su atención, y día tras día pudo comprobar que no había mejor esfuerzo que la investigación de la propia consciencia. Un placer de frutos eternos.

Podía ver en el mundo el reflejo de su inconsciente. Las mareas interiores, los ciclos lumínicos para conocer e ignorar, la claridad de un cielo despejado y la confusión de la tormenta. Había descubierto el placer de dejarse sorprender por una inteligencia misteriosa que lo acompañaba siempre y que día tras día iba unificando su pensamiento y sanando sus heridas.

Gracias a esta confianza pudo contemplar a los supuestos salvajes que habitaban la isla. Mirar más allá de sus interpretaciones le permitió acceder al corazón de sus hermanos, y éstos, tras ver ciertas “señales” decidieron acoger al que llamaban “extranjero luminoso”.

La tribu de los Akasha resultó ser un pueblo pacífico, muy sencillo y totalmente volcado en una búsqueda espiritual que los condujera a la verdad. Practicaban rituales milenarios para experimentar lo que ellos llamaban “dimensiones ocultas”.

En uno de estos rituales encontró la explicación de aquella escena terrorífica en que enterraron vivo a uno de los suyos. Sin duda, afrontar la muerte era la prueba de mayor rango, y por una divertida ironía sería ésta la prueba elegida por “extranjero luminoso” para realizar el último de los aprendizajes sobre la tierra. La vida no puede coexistir con la muerte. Una de las dos debe ser falsa.

“Estás desperdiciando tu vida, vas a desaparecer”.

Silencio y dolor.

“Podrías sacrificarte y tener una vida mejor”.

Silencio y angustia.

“Es injusto que busques felicidad en un mundo sufriente”.

Silencio y culpa.

Y allí, enterrado vivo, veía las ideas que rigen al mundo intentando hacer presa en su mente.

Había aprendido una sola cosa, y no necesitaba más. Su Voz interna le enseñaría la verdad. Escuchó, se entregó, y la Verdad lo bañó por completo.

“Sólo el Amor es real”.

Su cuerpo se expandió hasta fundirse con el mío, y juntos nos unimos a todo el Universo. Fue entonces, al ver lo que vio, que fue consciente de su absoluta libertad.

Tres días de festejos sirvieron para celebrar la gran victoria de “extranjero luminoso”. Durante algún tiempo convivió con la tribu, y compartió con ellos su entendimiento. Llegado el momento, decidió que era necesario un último servicio antes de volver junto a mí. Fue obsequiado con una hermosa barca blanca, y tras una emotiva despedida, se echó a la mar. Su antiguo pueblo le había ofrecido muerte y ahora él les devolvería Vida.

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