Todo lo que buscaba estaba allí. Sabía que sólo era cuestión de tiempo, que pronto llegaría su momento.

El despertador suena con una puntualidad tan inexacta como lo son sus hábitos cotidianos. Aún así ella sale a sacar sus perros, Kira y Orión, no más tarde de las nueve de la mañana. Cruzan la plaza, siempre observados como vecinos nuevos que son, y se embarcan en un aventurero paseo por el campo, deteniéndose en cada detalle que llama su atención. Los paseos nunca son iguales, ni en tiempo, ni en recorrido. Una vez regresan a casa, ella se dedica a sus cosas, tiene gustos extraños, no sabría definir muy bien que son “sus cosas”. Recuerdo uno de los días en lo que organizó una fiesta con amigas, sonaba música rara, ruidosa; yo fui incapaz de saber de qué demonios hablaban, pero estaba relacionado con aquella música; bailaban, cantaban, planificaban.

Los fines de semana, ella, siempre estaba fuera. Me desconcertaba bastante ya que, a veces dormía en casa, a veces no. Nunca sabía que a qué hora iba a llegar, a veces de día, otras de noche, pero sí sabía a qué hora salía: 10:10 de la mañana, una puntualidad tan exacta como….como….creo que era lo único exacto que observé. A pesar del desconcierto de no saber cuándo volvería y, aunque a veces usaba el transporte público, no era muy difícil saber cuándo podía encontrarla en casa: su coche, era tal vez lo más particular de ella, un coche lleno de pegatinas feas y peluches de ratas por todos lados. Mi madre odiaba ese coche, cada vez que lo veía no paraba de decir: ¡qué asco de bichos! Ella era nueva en el barrio, como ya he comentado con anterioridad, un barrio de personas mayores en el cual no pasaba desapercibida. Su música rara y ruidosa salía por la ventana y llegaba hasta la plaza situada justo en frente. Aquí no estamos acostumbrados a eso; a pesar de todo, ella se estaba integrando bien con los vecinos. A menudo compraba en la tienda de la esquina, la de Matilde. Cierta vez coincidimos allí, yo pasé inadvertido para ella, evidentemente ella para mí no. La escuchaba atentamente mientras le contaba a la entrañable Matilde que le gustaba hacer su propio pan y lo que necesitaba para ello. ¡Me resultaba tan diferente del resto! Tanto físicamente como en sus gustos. Creo recordar que ese fue nuestro único encuentro casual, aunque sólo yo fui consciente de ello. Salió de la tienda para volver a su casa, de la cual no volvería a salir hasta la hora de sacar a sus perros.

Me moría de ganas por ser yo quien estuviera en su casa, pero siempre eran otros, siempre tenía visitas de amigos, sobre todo para cenar, daba igual que fuera lunes por la noche o un jueves por la mañana. Inexactitud en sus hábitos cotidianos; aprendí estas palabras el otro día y tengo que darles uso. La casa no era muy grande, el salón estaba situado en el centro y siempre tenía la puerta y la ventana que daban a la calle cerrada. Era complicado intuir sus movimientos desde fuera. Sin embargo, tenía un gran patio y luego un jardín con muchas plantas. La casa era pequeña, pero muy alargada, tanto, que se comunicaba con la calle de atrás. Y era por la puerta de atrás por la que solía entrar cuando llegaba tarde. Era fácil saberlo, su coche.

¿Qué si tenía novio? No lo sé, tal vez, pero a mí eso nunca me importó, no lo veía cómo un obstáculo.

Lo que más me gustaba de ella era cuando estaba en el patio, podía pasarse allí toda la mañana con sus animales, porque tenía más. Tenía gatos, Manuela y otro de nombre tan raro como ella y tortugas, tortugas por todos lados. Pero a mí me gustaba cuando se ponía a hablar con ellos y les contaba sus planes. Les contaba que iba a salir a comprar o que esa noche estaría fuera. No sé por qué hacía eso, ¡son animales! No te entienden. Pero a mí me encantaba. Cuando les decía que iba a estar fuera yo me quedaba esperando a que llegara. En ocasiones llegaba temprano, otras tarde y había algunas en las que ni siquiera volvía a casa a dormir. Así era ella, tan impredecible que hasta me cabreaba.

A pesar de ser sumamente impredecible, tenía ciertas costumbres fijas, a parte de la de sacar a sus perros como tres veces al día; le gustaba dormir con la ventana abierta y la persiana subida, para ver amanecer y oír el canto de los pájaros, decía. No dormía sola, tenía sus guardaespaldas, sus perros y gatos la acompañaban. La perra no me gustaba, ladraba demasiado cada vez que alguien pasaba cerca de la casa. Y eso a mí no me parecía nada bien.

Y llegó el día. El momento que había estado esperando todo este tiempo. He de decir que ya supe de que hablaban en aquella conversación mientras escuchaban música rara y ruidosa; planeaban ir a un festival o algo por el estilo. Allí es donde se encontraba ella en ese momento. Pero lo más importante ahora era que por fin iba a poder conocer aquella casa que tan intrigado me tenía desde fuera. Y entré. Estuve con los perros, y con los gatos. La perra ladraba como una energúmena, pero supe como tranquilizarla, estuvo fácil. Y había tantas cosas que no sabía por dónde empezar. Cuadros, libros, discos y calaveras, calaveras de todo tipo y cosas raras, raras como ella, como su coche, como su música. Miré todo con detenimiento y cuidado; me paseé entre las habitaciones y el salón analizándolo todo antes de pasar a la acción. Tuve suerte, mucha suerte; había objetos interesantes y de valor, otros inquietantes, como una bala de pistola que no dudé en coger, entre otras cosas. Pero entonces……ocurrió algo inesperado. Ella no estaba, se había ido, estaba seguro de ello. Aún así, alguien estaba intentando entrar. No sería fácil, puesto que me había asegurado de echar el cerrojo de la puerta por dentro, ¡pero claro! ¡La puerta trasera! ¡Podían entrar por allí! No tenía tiempo que perder, tenía que salir de allí antes de que quién quiera que fuese que estuviera intentando acceder a la casa entrara por la puerta de atrás y me encontrara dentro. Ya no podía detenerme en más cosas, tuve suerte de encontrar lo que encontré. Salí a toda prisa, una vez en el jardín los perros comenzaron a ladrar mirando a la puerta trasera. Ya estaban allí, ¡iban a entrar!

¿Qué si lo conseguí? Por supuesto que lo conseguí, un salto me bastó para desaparecer para siempre de su vida.

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