Salado, pero a la vez muy dulce

Salado, pero a la vez muy dulce

Esther García

04/05/2017

La noche estaba sembrada de estrellas, y el aire, cargado de magia. Ella y él, su recién descubierto amor, y la ciudad a sus pies. Él era el guía perfecto para una chica que acababa de dejar el campo. Ella era la compañía perfecta para que él redescubriera la belleza cotidiana de su ciudad.

Decidieron entrar en un bar, y al traspasar su umbral los recibió la calidez de los fogones, y el delicioso olor a carne recién asada. Ninguno de los dos tenía apetito, ya que ambos tenían las barrigas repletas de mariposas, pero no estaban dispuestos a revelarlo tan fácilmente, así que pidieron un bocadillo de cinta de lomo, la especialidad de la casa. Mientras se hacía, subieron a la azotea, ya que la noche estaba preciosa, y todo lo que sentían no cabía entre cuatro paredes.

Era un lugar sencillo, pensado para echarse unas cañas con los amigos. El suelo era de color gris, blancas las paredes. Las sillas y mesas eran de plástico. Pero, ¡ay del balcón! Era un perfecto balcón canario desde el que se podía ver la trasera de la iglesia y de las casas de la plaza, iluminadas por el amarillo de las farolas. Él se apoyó contra el balcón, y ella se puso en frente. Y hablaron mientras el tiempo se escurría, hablaron y parecía entonces que se conocían desde siempre. Ella no podía dejar de mirar sus ojos, y él no podía dejar de mirar sus labios.

Hacía un buen rato que el camarero había traído sus bocadillos, pero al ver la escena, los dejó sobre una mesa y desapareció en silencio.

La noche avanzaba y ella decidió dejar caer una indirecta.

-Creo que, cuando una persona siente algo por otra, no debe callárselo, porque nunca sabe lo que puede pasar, y nadie quita el arrepentimiento por las palabras no pronunciadas -dijo con intención, dirigiendo su mirada a aquéllos inmensos ojos marrones.

-Pues tienes razón -respondió él entusiasmado-. Te haré caso y me declararé a la persona que amo.

Ella sintió el impacto en el corazón. Seguramente acababa de imaginarse todo lo que había creído ver entre ellos, y él estaba enamorado de otra. «Bravo, Estela, acabas de alentarlo a que vaya a por otra», se recriminó. Notaba su cara ardiendo, y sus ojos anegándose en lágrimas. Se disculpó con la excusa de ir al baño, pero él, que había visto su amargura, la retuvo, preguntándole qué le ocurría. Entonces ella no pudo aguantar más y rompió a llorar amargamente.

-Lo que pasa es que soy tonta -estalló por fin-, y estoy enamorada de ti, pero tú te vas a declarar a alguien, y no sé por qué imaginé que sentías algo por mí.

-Tal vez lo imaginaste porque siento algo por ti, y cuando dije que me declararía, estaba pensando en ti.

En lugar de cesar su llanto, al oírlo, ella lloró más intensamente, y su primer beso llegó con un sabor salado, pero al mismo tiempo, muy dulce.

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