PANDEMIA

El COVID-19 fue la excusa perfecta para no volver a salir a la calle.

En realidad no echaba de menos el mundo exterior.

Con los años salir era casi una imposición, por aquello de que encontrarse con la naturaleza y con los demás aumentaba la autoestima y las defensas.

Tener metas, objetivos, seguir siendo productiva era supuesta garantía de longevidad.

Pero, realmente, donde mejor estaba era en casa, sin tiempo, sin horarios, sin exigencias.

Hacer en cada momento lo que le viniera en gana, por la simple satisfacción de hacerlo.

Su casa era una especie de bunker preparado para una guerra nuclear: Había pasado toda una vida guardando cosas para cuando tuviera tiempo. Disponía de todo aquello que le gustaba para muchos más años de los que seguramente viviría.

No quedaba un solo hueco en aquellas paredes cubiertas de estanterías, repletas de libros, de música, en todos sus formatos, de películas, de materiales para desarrollar toda clase de actividades creativas, para experimentar, para curiosear. Y, por supuesto, no faltaba ninguna tecnología que le permitiera disfrutar del mejor sonido y la mejor imagen para asomarse al mundo.

Con el tiempo había ido descubriendo que la realidad de las cosas solía ser decepcionante y normalmente superada por la mirada sesgada de una cámara.

Un poco lo mismo le ocurría con las personas. Era difícil rescatar algún momento de conversación inteligente para alimentar su alma. Ya hacía años que nada esperaba del juego de la seducción. Le bastaba saber que sus seres queridos estaban bien y que supieran de su disponibilidad, ya muy mermada; en realidad, lo mejor que podía ofrecerles, en este momento, era no llegar a ser una carga. Solo le pesaba su porvenir incierto, pero en nada podía ayudarles.

Así que, una vez garantizado el abastecimiento regular, cerró la puerta.

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