Cielo gris, lluvia torrencial, viento abrumador y tan fuerte que podría arrasarlo todo. Parecía que las almas que se encontraban en el cielo lloraban sin cesar. Las almas que se encontraban en el cielo lloraban a sollozos, sin poder contenerse, nadie quien pudiese consolarles. No, allí estaban todas solas!
La lluvia que estaba cayendo sobre aquél bosque producía un sonido tan calmante y a la vez tan aterrador. En aquella tristeza yacía en suelo un joven de unos diez años, cubierto de esas hojas de color amarillento. Era otoño.
Con todo ese golpeo fuerte de la lluvia sobre aquel cuerpo inanimado, Rayan se despertó repentinamente. Estaba descolocado. No sabía qué hacía ni cómo había llegado hasta allí. Estaba lleno de agua y de lluvia, sucio por todo aquel barro y ese montón de hojas que le habían cubierto. Intentó levantarse pero no pudo. Parecía como si las piernas no le respondiesen . Detestó sus piernas, detestó todo aquello. Y cuando ya no podía más, el pobre chico rompió en lagrimas, estaba sollozando como aquellas almas del cielo.
De repente oyó un sonido fuerte. Parecía ser un chillido. Quizás de un niño pequeño… Rayan sin pensárselo dos veces se levantó y corrió con todas sus fuerzas hacia donde se procedía aquél grito infernal. Corrió y corrió. Desde la distancia pudo notar un cuerpo pequeño atrapado entre unos troncos. Aquel pobre niño intentaba quitárselos con toda la fuerza, sin embargo, no se movía ni un tronco. Rayan se le acercó muy despacio. No quería asustarle. Intentó tranquilizarlo presentándose a sí mismo y preguntándole por su nombre. Henry se llamaba aquél niño de no más de 5 años. Rayan muy cuidadosamente intentó apartar aquellos troncos gigantes y largos. Cuando pudo hacerlo, cogió la mano de Henry y lo levantó. Éste se quedó fuertemente pegado a su cuerpo. Aquella criatura parecía tan indefensa y tan pequeña junto a la figura de Rayan. Rayan le pasó la mano por su cabello rizado y dorado en un intento de consolarle. Se agachó a su altura y miró esos ojos azules que parecían tan claros como el océano. Siempre había deseado tener aquel color intenso de ojos, sin embargo, él tenía unos ojos tan marrones como el barro en el que estaba cubierto. Le dijo a Henry… no, le prometió que le sacaría de aquel lugar. Henry con su voz ronca y angelical contestó que quería estar al lado de su madre. Rayan afirmó con un rápido movimiento de la cabeza y le indicó que no llorase más. Henry enseguida se secó las lágrimas.
Llevaban dos horas andando. Cansados, sin haber comido ni bebido nada. Aquello parecía un inferno. Rayan miraba constantemente hacia abajo donde se encontraba con un niño más y más agotado cada vez. Así que intentó subírselo a la espalda para poder andar un poco más rápido y llegar a algún sitio seguro. Justo cuando ya no había esperanza alguna, Rayan percibió una aldea, al parecer muy pequeña. Rayan sin poder contenerse, comenzó a andar más rápido. Casi había perdido la esperanza pero esa diminuta aldea los salvó a los dos. El cielo estaba cada vez más oscuro pero al fin llegaron a la entrada de la aldea, aquel lugar estaba totalmente desierto. El pensó que quizás en ese sitio ya no vivía nadie ya que todo estaba viejo y las chozas parecían que podrían desvanecerse en cualquier momento. De pronto a Rayan le pareció ver una sombra, siguió andando con cuidado y entonces pudo ver la figura de un hombre grande y musculoso. En ese mismo instante Rayan exclamó gritando:
-¡Oiga señor!
El hombre se giró sorprendido y se acercó a los dos.
Rayan le preguntó con voz cansada al hombre si podía prestarle algún lugar para refugiarse esa noche. Este, al verles en esa situación se los llevo a su casa. Al parecer, el hombre vivía con su hija pequeña que tenía un aspecto muy inocente. Sin hacerles preguntas a los dos muchachos, lo primero que hicieron fue darles algo de comer y agua ya que estaban agotados. Cuando los dos acabaron de comer, Henry se quedó dormido, el hombre sin rodeos le preguntó a Rayan:
-Sois nuevos aquí ¿verdad?
-Bueno, no sabemos donde nos encontramos ni como llegamos aquí.
– Este sitio es el olvido.
-Señor, ¿a qué se refiere con eso?
– Supongo que no os habéis dado cuenta pero estáis muertos- exclamó el hombre con pena.
-¿Qué, qué está diciendo? No puede ser…- Rayan dijo esto pensando que el hombre estaba loco.
-Es la verdad, de lo contrario no estaríais aquí- insistió el hombre
-¡Entonces porque estamos aquí y no en el cielo!-contestó Rayan enfadado, el no quería aceptar lo que le había dicho aquel hombre.
-Porque vuestros seres queridos se han olvidado de vosotros.
-Señor no sé a que quiere llegar con esto. La verdad es que no entiendo nada.
-Veras, cuando alguien muere, suele ir al cielo pero si mueres y la gente en el mundo se olvida de ti, quedas en el olvido. El mundo se ha olvidado de nosotros.
Rayan no podía creer lo que estaba escuchando. Sus padres y su hermana cómo pudieron olvidarse de él tan rápido, acaso no le querían. De pronto Rayan sintió algo en la mejilla, eran lagrimas, no le importaba que se olvidaran de él. La causa de sus lágrimas era el pequeño Henry, no entendía como alguien podía olvidarse de un niño tan adorable y angelical. En ese instante comprendió que la humanidad era aterradora. Rayan nunca supo de la existencia del olvido, pero en realidad siempre existió y siempre existirá mientras que sigamos vivos. Esa era la respuesta que Rayan necesitaba para entender todo aquello.
Rayan no sabía que pensar de aquello, su mente estaba en blanco.
-Sé que es duro para ti muchacho y también lo será para el pequeño cuando se entere-dijo el hombre con voz suave- para mi hija también fue difícil ya que cuando fallecimos mi mujer se olvidó al instante de nosotros. Seguramente fue porque se casó con otro hombre.
El hombre seguía hablando cuando algo le interrumpió, parecía ser una melodía, era relajante pero a la vez triste.
-¿Qué es esa melodía?-preguntó curioso Rayan.
-Querido amigo hasta las melodias son olvidadas. Cada noche suena una diferente, al parecer hasta los autores se olvidan de sus propias melodias.
-Tiene que haber alguna manera de salir de este lugar-exclamó Rayan desesperado.
-Hay una pequeña esperanza para vosotros. Si al menos todavía hay alguien en ese diminuto mundo que sigue acordándose de vosotros podréis ir al cielo y descansar en paz. El lugar al que debeis ir es al bosque solitario. Atravesando el bosque encontrareis una gran puerta, si la puerta se abre al amanecer eso significa que podréis salir del olvido pero solo tenéis tres días.
Era de noche pero no podían perder ni un segundo por eso se prepararon y salieron para llegar lo antes posible. Rayan había cogido la mano de Henry para que aquel pequeño no se perdiese en la oscuridad de la noche.
-Rayan ¿a dónde vamos?- preguntó Henry somnoliento.
– Henry voy a llevarte con tu mama.
– ¿Enserio vas a llevarme con mama?-dijo con una gran sonrisa inigualable.
-Claro, te lo prometí.- exclamó Rayan
Transcurrió un día y medio y Henry se veía cada vez más cansado. Cuando Rayan intentó llevarle en sus brazos, él se negó contestando que ya era mayor y que todavía podía seguir caminando mucho más. Rayan quedó fascinado con aquel niño que podía hacer cualquier cosa para poder volver con su madre. La noche llegó rápidamente y los dos se refugiaron en una cueva que encontraron cerca. Esa noche Henry le contó a Rayan que su madre estaba muerta, ahora descansaba en el cielo y el también quería ir con ella. Le contó que los dos murieron en un accidente de coche y su padre se había olvidado de él porque no era su propio hijo. Su padrastro nunca le había querido pero el no le daba importancia. Rayan pensó que tuvo que ser difícil para ese pequeño vivir en un mundo tan cruel porque al fin y al cabo solo tenía unos cinco años. Rayan para consolarlo le contó su historia, cómo jugaba con su hermana y cómo fue su vida. El final para Rayan tampoco fue bonito ya que falleció por una grave enfermedad sin poder ver por última vez a su hermana pequeña Sharon.
A la mañana volvieron a ponerse rumbo al bosque. Los dos estaban ansiosos por llegar, ya era de noche cuando lo consiguieron. Llegaron a una gran puerta, dejaron caer sus cuerpos junto a un arbol porque ya no podian más.
Por fin estaba amaneciendo y Rayan despertó a Henry, entre el cantar de los pájaros pudieron oír el llanto de una niña pequeña llamando a Rayan. Él, al instante se dio cuenta de que era Sharon su hermana que estaba llamándo desde el otro lado de la puerta para que su hermano pudiese descansar en paz. Las puertas comenzaron a abrirse pero no hubo señal de esperanza para Henry. No había nadie quien cantase por él. Quizas era un muchacho de muy poca edad pero había entendido todo a la perfección. En ese mundo aterrador donde la humanidad se estaba extinguiendo a toda velocidad ya no había sitio para las cosas como el amor, el cariño, el cuidar de tus seres queridos… solo quedaban unos seres materialistas que amaban sus vidas la cual la desarrollaban a través sus teléfonos. Entre todo aquel desastre, solo una persona le había querido hasta la muerte. Aquella era su madre… la cual descansaba en paz en el cielo. No, no podría descansar en paz porque no tenía a su principito Henry en su castillo de nubes allí arriba.
Henry se hallaba arrodillado en el suelo, no sabía qué hacer. Rayan observaba como la puerta estaba abierta y a su alcance. Todo lo que tenía que hacer es recorrer unos 20 metros y ya se hallaría en el cielo. Pero al ver a Henry derrotado en el suelo sabía que no sería él quien recorrería esos 20 metros. No. A ese pequeñín le había hecho una promesa y Rayan estaba decidido a cumplirla.
Comparado con el pequeño Henry, Rayan había tenido una vida mucho más feliz. Rayan pensó que ahora era el momento de Henry para ser feliz, además no había nadie ahí arriba que estuviese esperando a Rayan y en cambio para Henry había alguien especial.
-Henry corre con todas tus furezas hacía la puerta-dijo Rayan con voz suave
Henry se sorprendió y no pudo respirar por un instante. Se quedó pensando un momento y respondió que él no podía hacerlo. La hermana de Rayan había hecho que la puerta se abriese y él debería pasar por ella.
Rayan le cogió la mano a Henry y miró de nuevo a esos ojos azules que tanto admiraba. Vio ese mismo miedo y tristeza en esos ojos tan intensos como el océano. Ah, Rayan siempre le envidiaría por ese color de ojos.
Intentó explicarle que él no tenía a nadie allí arriba, en cambio, Henry tenía a su hermosa mamá.
-Henry, déjame cumplir con la promesa que te hice el primer día que nos conocimos.-
Henry rodeó el cuello de Rayan con sus diminutos brazos y lloró con todas sus fuerzas.
-Te estaré esperando Rayan, no lo olvides. Te estaré esperando allí arriba.-
-Sí, llegaré muy pronto… Ahora vete. ¡Rápido!- dijo Rayan dándole un empujón suave a Henry.
Y así Henry atravesó la puerta mirando por una última vez hacia atrás donde sus ojos vieron por última vez a la figura de Rayan.
Rayan se sentía triste pero a la vez sonreía porque ahora Henry se encontraba en un lugar mejor.
El viaje de Rayan de vuelta a la aldea era solitario y en el camino se encontró con otra melodía olvidada. Eso le hizo pensar que el olvido siempre existiría.
EL sabía que el pensamiento de los humanos nunca cambiaria.
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