El viernes 20 de marzo se decretaba en Argentina la cuarentena obligatoria y mientras todos hacían planes para encerrarse en sus hogares, Alejandro de 26 años, se acurrucaba en una esquina del pleno centro porteño. Desde hacía unos cuantos años, Alejandro había abandonado el hogar familiar para irse a vivir a la calle. No tuvo a nadie que lo ayudara a conseguir ni siquiera una pieza donde dormir o una mesa donde sentarse a comer. Se las tuvo que arrreglar solo, siempre solo. Se había prometido no caer en las drogas, pero la tentación del afuera ganó. También tuvo un accidente callejero, una moto cruzó un semáforo en rojo a gran velocidad, no lo vio y se lo llevó puesto. Fractura de tobillo es lo que le diagnosticaron en el hospital y una vez dado de alta, lo mandaron a recuperarse a un hogar de día de personas en situación de calle que una vez recuperadas, volvían a sus hogares, la interperie. 

Transcurría el primer día de cuarentena obligatoria y todo el mundo entraba en una especie de desesperación de encierro, de quedarse sin comida, largas filas en los supermercados y cajeros automáticos para sacar dinero, pero Alejandro solo pensaba en las miles de cuadras que iba a tener que caminar para conseguir un trozo de comida porque los que solían regalarle estaban atrincherados. Así que emprendió el camino y horas más tarde pudo comer algo que rescató de la basura de la noche anterior y tomar agua de una canilla de un edificio. Nadie pensó que mientras el lema de esta cuarentena era que te quedes en tu casa, quedaban excluidos miles y miles de personas que no la tenían, que su casa era la calle y que las medidas de higiene que tanto repetían en la televisión que habían que tomar, ellos apenas podían tener una frazada para cubrirse del frío. Tres días después, personal del gobierno sacó a toda la gente de la calle que quiso irse y los llevó a diferentes hogares de día para que pudieran dormir, comer y asearse. Alejandro todavía sigue ahí.

 

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