El sabor del olvido

El sabor del olvido

Aquella mañana me desperté confusa. El sabor amargo de la resaca inundaba mi paladar y un esperpéntico dolor de cabeza me azotaba las ideas. Estaba en una cama extraña de una habitación totalmente desconocida.

No sólo no recordaba qué pasó la noche anterior, si no que tampoco era capaz de dilucidar ni mi propio pasado ¿Quién diablos era yo?

Eché un vistazo rápido a mi alrededor. Había una taza de café de vainilla en la mesilla junto con una azucena blanca y una nota que rezaba:

«Buenos días.

Toma algo de café, tenemos un largo día por delante.

Te quiero»

Aquello me dejó aún más confusa. ¿Quién sería esa persona que me quería? Me incorporé de la cama y empecé a ojear algunas fotos colgadas por la habitación.

La habitación en sí no era muy llamativa, pero era muy luminosa. Los muebles estaban pulcramente ordenados y flotaba un delicioso aroma a vainilla mezclado con el perfume de la azucena. Ciertamente era bastante acogedora.

Al parecer estaba en el cuarto de una señora mayor, tenía algunas fotos en las que aparecía ella repetidamente , siempre sonriente, junto con un hombre de avanzada edad que siempre la besaba en la mejilla y una mujer de unos cuarenta años, también sonriente. Parecían una familia muy feliz.

Una vez más sentí que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo allí. ¿Qué diablos paso? ¿Quién era esa gente? ¿Y por qué me dolían tantas cosas?

Estaba segura de que algo muy malo había ocurrido. Decididamente, tenía que salir de allí.

Como pude, traté de incorporarme. Pero aquella horrible resaca iba empeorando por momentos y aquel café olía tan bien… El hambre, la gula y aquel delicioso olor a vainilla parecieron poseerme y no pude hacer otra cosa que abalanzarme como un animal moribundo hacia aquel café de vainilla.

Supe que estaba cometiendo un terrible error.

El café recorrió mis papilas gustativas suscitando una danza matices embriagadores que me hicieron sentir un calor ya olvidado. El aroma, aquel vibrante aroma tan conocido y extraño a la par. Un sin fin de sensaciones despertaron en mí recuerdos de una vida que no creía tener, un café que probé por primera vez hace no menos de cuarenta años en una cafetería de Madrid junto a un hombre encantador.

Mi café favorito, el de vainilla.

Instintivamente abrí el cajón de la mesilla, y allí descubrí una foto en blanco y negro enmarcada. En aquella foto me pude reconocer en esa cafetería de Madrid junto a aquel hombre, Víctor, mi marido.

Debajo de aquella foto había un espejo de mano. Temerosa, lo cogí.

Apenas pude reconocer a la mujer mayor que me miraba desde el espejo, la misma que sonreía en las fotos ¿Tantos años habían pasado desde el accidente?

Entonces supe que la resaca no era del alcohol, era de la vida. Una vida con olor a vainilla que tenía que recordar cada día.




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