Aprovechando la ausencia del gerente y de la secretaria quince minutos antes del cierre de la oficina, Jesús les dice a sus compañeros Antonio y Susana que deben hablar de un problema que se les ha presentado, mejor en la terraza del bar de abajo que allí mismo por si se presenta alguien de improviso. La mujer de la limpieza está a punto de llegar. Susana alega que tiene prisa porque le espera el novio. «Pues que espere un rato más porque lo nuestro es más urgente», replica Jesús. Media hora más tarde están sentados a una mesa de la terraza del bar, rodeados de mesas sin clientes. «Nuestro cómplice pide más dinero por su colaboración. Dice que le damos poco y es el que da la cara y firma». Susana expresa sus temores: «Me suponía que ese hombre nos traería problemas». «A ese hombre lo busqué yo porque vosotros no encontrasteis a nadie», replica Jesús. «¿Cuánto pide?», pregunta Antonio. «Quiere llevarse lo mismo que nosotros por cada pagaré falsificado que cobre. Es decir, tocaríamos a 750 euros cada uno». «Yo no estoy de acuerdo. Cada día corremos más riesgo de que nos descubran, nosotros somos los que robamos a nuestra empresa, ese hombre cobra en el banco pero no arriesga nada», alega Susana. «Pero está harto de ver que nosotros nos llevamos 900 euros cada uno y que a él sólo le demos 300», explica Jesús. «Le comprendo, pero no es de nuestra total confianza y cualquier día nos hará chantaje para llevarse más que nosotros», dice Antonio. «Si le damos lo que nos pide no nos hará chantaje, a él también le conviene este negocio, tanto o más que a nosotros», dice Jesús. «Dile que estamos de acuerdo, pero la próxima entrega será en el garaje en donde dejamos los coches», dice Antonio.

Unos días después confeccionan otro pagaré falsificado que firma Susana exactamente igual que lo hace el gerente de la oficina y Jesús se lo entrega en la calle a su cómplice para que lo cobre en el banco. A las dos y media de la tarde, cuando salen de la oficina, los tres compañeros se reúnen en un aparcamiento subterráneo a la espera de que llegue el cómplice con el dinero. Llega diez minutos más tarde del horario convenido. «He pasado mucho miedo. El cajero parecía dudar de la autenticidad del pagaré y ha consultado con el director de la sucursal. He estado a punto de irme sin cobrar», explica. «El pagaré estaba perfecto», le dice Jesús. Mientras los dos cuentan el dinero con Susana de testigo, Antonio va a su coche, coge un bate del maletero y ataca por detrás al cómplice propinándole un fuerte golpe en la cabeza que lo derriba en el suelo sangrando. «¿Qué haces?», pregunta gritando Jesús y mirando alrededor por si alguien ha sido testigo. Lo he hablado con Susana y hemos pensado que es la mejor solución», dice Antonio, entregándole el bate. «Ahora golpea tú», le exige. Jesús no se atreve. El cómplice gime en el suelo. Coge el bate Susana y le asesta un durísimo golpe en la cabeza. El cuerpo de la víctima queda quieto en el suelo, ya no gime. Coge el bate Jesús y remata a la víctima con otro golpe que es definitivo para acabar con su vida. Apresuradamente se reparten el dinero y cada uno en su coche sale del aparcamiento público.

Antonio Nadal Pería

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