– ¿¿¿¿Quien se comió mi chocolate???? ¡¡¡Lo dejé en la
heladera y alguien me lo comió!!!
Somos cuatro
personas encerradas en la casa -sacando a la dueña del chocolate- ,
tres somos los sospechosos de semejante delito. Todos mudos, quedamos mirando
la cara desencajada de la acusadora. El culpable no quiere confesar
por el miedo que le provocó la reacción, y el que no fue, no quiere
confesar por miedo a que lo ataquen de manera desmesurada al otro.
La mirada de la
damnificada se va volviendo cada vez más incisiva. Nuestros
corazones laten acelerados. No sabemos cómo va a terminar todo esto.
A nuestras espaldas
el televisor encendido habla de cantidad de casos de infectados,
muertos, recuperados. Afuera se oyen las sirenas de ambulancias y
policías. Gritos desgarradores en la casa vecina.
Nada de eso tiene
importancia ahora, eso ya es algo frecuente. Lo más grave
ahora es saber quién es el responsable de haber desencadenado esta
terrible tragedia familiar.
Y ahora sí, llega
el quiebre en llanto, y los gritos: MI CHOCOLATEEEEEE y la crisis
emocional y el temor de los demás miembros. Y todo cada vez más
magnificado, y todo tan angustiante.
Toda una familia
quebrada, culpa del chocolate.
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