De madrugada, les ve llegar. El corazón le bombea loco, buscando un hueco por el que escapar. Escucha voces y ruidos mezclados con el ronquido de los camiones que están tomando la calle.

-¡Ah, no!, a mí no me pillan, ¡esta vez no! ¿por qué vuelven ahora? Sus demonios nunca han dejado de andar sueltos, pero ahora están ahí de nuevo, vienen a por él. Si lo cogen, no vivirá para contarlo. Nadie se libra dos veces de su ejecución a manos del mismo enemigo.

Se vistió como le dejaron sus piernas maltrechas, las heridas todavía no habían curado; sin tiempo apenas para coger su arma. Dio la voz de alarma.

-¡El ejército! ¡Nos están rodeando! ¡Disparad!

Corrió sosteniéndose en el arma, pegado a la pared, ocultándose. Los vio dispuestos al ataque: rociaban para prenderles fuego y hacerlos salir o quemarlos vivos dentro. Escuchaba sus botas, sus pisadas, sus armas. Consiguió salir a campo abierto.

Maldijo y corrió. Lo frenó la alambrada, no podría saltarla, no a pleno día. Su única opción era esconderse. Se ovilló tras unos matojos. Las nubes le robaron el sentido del tiempo. Esperaría a la noche para salir. No podía arriesgarse a dejarse ver.

-¡Ramon!, ¡Ramón!, ¡Ramóoooooon!

Escuchó gritar su nombre. No contestó, era una trampa. Le buscaban a él. Controló la tiritona que le sacudía todo el cuerpo. En la boca un “hijos de puta”, convertido en letanía.

La trabajadora encontró la cama vacía y la habitación revuelta. No estaba Ramón. Tampoco su andador. Le buscó inútilmente por los espacios comunes, ahora cerrados por la cuarentena. Avisó al director de la Residencia: “Ramón no está, le han escuchado gritar, no lo encontramos”

“No puede estar lejos, la verja está cerrada”.

Los soldados en labores de limpieza y desinfección buscaron en el jardín.

Un ¡me rindo! resignado, con los brazos en alto, fue lo único que acertó a decir mientras dos soldados como dos picas le sacaban, aterido de frio, de una enorme jardinera repleta de margaritas. ¡Vamos abuelo, va a coger una pulmonía!

Cabizbajo, dejándose llevar, pensó que había llegado su hora.

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