La vida y un señor, desde pequeña le enseñaron a sentir, a sentir el dolor en su forma desgarrante, la alegría como éxtasis, la rabia como volcán y el miedo como motor, no como freno.

La vida y sus problemas familiares, esta vez con una niña que los absorbió y sintió, sintió cada detalle de los gritos y reproches, cada promesa rota y la soledad de cada miembro de aquella familia. La vida y ella prometieron no olvidar.

El señor, un psicoanalista brillante, vio en la niña la madurez de un viejo gurú y en lugar de curarle aquellos traumas, le enseño a vivir y aprender de ellos. La niña que desde los 5 años tuvo un maestro, aprendió tanto de los errores vistos que más tarde no podría cometerlos.

La vida siguió su curso y, viendo la fortaleza de la niña decidió enfocarse en un solo problema; el resto de las cosas serían buenas, casi mágicas para ella. Pero creció y su fuerza se debilitó, aquel problema que la vida le dejó fue derrumbando su entusiasmo con los años.

Dejó de ser una niña, ya sin su gurú. Lucha diariamente con ella misma, con el pasado y con su inmenso anhelo de que la quisieran como ella quería.

Por supuesto que la niña era yo, claro que es parte de mi historia y también es cierto que en algunas partes del relato cambio un par de detalles. Les regalo lo que fue mi parte más vulnerable, mi dolor más grande.

-Creo que nuestro amor siempre ha estado nublado-

Los reproches, el rencor y el sentimiento de confusión se hicieron tan fuertes que opacaron al amor… y me obsesioné por querer entender la forma en la que me querías, no quise aceptar que no podías dar más. Me autodestruí por muchos años deseando que algún día dejaras tu orgullo a un lado y, al volver a mi, fuese yo quien te dejara.

No contaba con que llegaría este momento, esta página del libro donde tú me necesitaras, donde ya no soy yo la indefensa y sobre todo, donde esta vez quiero paz y no guerra. Los reproches y el rencor nos ven desde lejos; pueden sentir la confusión y el amor tan roto que hay entre los dos.

El dolor de saber que ya no habrá reencuentro porque perdimos demasiadas oportunidades midiendo nuestra fuerza.

Hoy te agradezco todo, sin detalles para no nombrar lo malo. Te agradezco porque crecí, porque soy otra, porque sin tu desamor no estaría aquí persiguiendo mis sueños, atreviéndome y retando mis miedos. Me enseñaste que el amor no se suplica porque no sirve de nada, que hay que ser fuerte aunque la vida nos tumbe, que hay que reírse y hacer reír aunque el alma llore, me enseñaste también a ser insistente y, aunque lo veía como un defecto hoy puedo decir que es una gran virtud porque no me rindo (aunque tú te hayas rendido).

Perdonar todo el tiempo que no me dedicaste, el haber sembrado esa paranoia de no poder retener a quienes quiero y perdonar que nunca me miraste a los ojos para pedirme perdón tú también a mí.

Hemos vivido una historia de idas y venidas, de muchas personas en el medio y de muchas ganas de amarnos pero sin saber hacerlo. Hoy por primera vez no quiero terminar el capítulo, hoy quiero la paz entre los dos, no para volver a estar juntos si no para recordarnos como una gran historia de amor.

Y me preparé para perdonar, para agradecer, para ser mejor, me preparé para todo menos para esto: has muerto.

¿Cómo se lo digo a la niña que te anhela, a la adolescente rebelde y a la mujer que quiere regresar el tiempo? Supongo que lloro tú partida, nuestra historia, lo que no pudo ser y hasta lo que vendrá sin ti.

Con tantos años viviendo junto al dolor hoy no me he derrumbado, luego de las lágrimas he vuelto a encontrar mi paz, he desempolvado los recuerdos de mi maestro, esas cosas que aprendí cuando sentí que te perdía por primera vez.

Contrario a lo que dicen de la muerte, creo que nos ha unido mucho más, se han encontrado nuestros puntos de vista cuando antes se sentían opuestos; he entendido tu manera de querer y las razones sobre muchas cosas. Creo que la muerte no terminó nuestra relación, la muerte trascendió y abrió un nuevo capítulo a nuestra historia.

He enterrado contigo las peleas y los reproches, he dejado de juzgarte y hasta te he pedido perdón porque yo también fui muy dura un sinfín de veces; frente a frente no hubiéramos podido hablar de esta manera, tú, que atropellabas las palabras y yo, que no estaba dispuesta a escuchar. Hoy no sé cómo explicar que creo que me entiendes, no hay señales extrañas ni luces que se prendan de la nada, solo estoy yo, hablándole al viento mientas te siento más cerca que antes.

Contrario a lo que dicen del duelo no hay lágrimas interminables, no hay pelea con Dios porque te fuiste, ni hay golpes de pecho por mis errores. Solo hay un insomnio que me altera los nervios, hay mucho mal humor parecido al tuyo y un par de horas donde veo fotos con nostalgia. No me atrevo a escuchar los últimos audios que tengo de ti, eso sí me da mucho miedo.

Tú muerte no la veo cómo un castigo. Una amiga me habló de lo libre que ahora eres y tiene razón porque hace un par de años que tú enfermedad se había robado tu dulzura, tus chistes y ocurrencia y hasta tus ganas de vivir, ya eres libre papá y me has liberado a mi del sufrimiento que me causaba verte tan infeliz. Ahora he vuelto a imaginarte con nuestro juego de cartas favorito y tus cosquillas en la espalda que no podían faltar, he vuelto a recordar todas las cosas bonitas que vivimos que se nublaban con los años.

Contrario a lo que piensan de la muerte, yo creo que hoy, por primera vez, lees mis textos, que hoy tú también entiendes lo que antes no supe explicar, hoy te has dado cuenta de la inmensidad de mi amor.

Creo que fuiste tú quién me dijo sin palabras que cada vez que te extrañe me ría de algún chiste nuestro, en ellos, en el mar y en el cielo siempre podré encontrarte.

Hasta siempre papá. A ti y al azul de tu mirada.

http://siempreambivalencia.com/es/

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