Matilda estaba aterrorizada, era escuchar la palabra ‘amor’ ¡y los pelos se le ponían como escarpias! Pepe, su amigo y confidente, tímido y reservado, al margen de no hablar mucho con Matilda, la escuchaba siempre que a ésta le daba el ataque de ansiedad. Matilda no sabía controlarlo, se ponía roja, roja como un tómate maduro, y de repente parecía que a su alrededor había mil personas que le impedían respirar con normalidad, que le quitaban el oxigeno; así que parecía que de un momento a otro caería redonda al suelo sin posibilidad alguna de volver a levantarse. Por suerte para ella, Pepe siempre estaba a su lado, bueno… siempre, siempre… partimos de la base de que Pepe no es omnipresente, por tanto él, en la medida de lo posible se ausentaba lo mínimo.

Fue en uno de estos días en los que Pepe se ausentó, que Matilda, de golpe se sintió sola, desnuda en la placeta de la pequeña ciudad. Pensó en cerrar los ojos, pero entonces las personas en su mente se agolpaban, y al abrirlos no podía evitar ver a una persona tras otra, andar vagamente, unas con rumbo, otras hacia no sé dónde, otras a ninguna parte. De repente, una pareja de enamorados pasó por delante de Matilda; anonadada, buscó a Pepe entre cientos de personas mientras ella rotaba sobre sí misma sin despegar los pies del suelo. Después de unos segundos de shock, Matilda observó cómo la pareja se perdía entre la multitud, y en un ataque de solidaridad, Matilda echó a correr detrás de ellos como si le fuese la vida en ello. Al alcanzarlos, y agotada por la carrera, gritó:

-¡No puedes seguir con él!- Matilda se empezó a poner roja, roja como un tomate maduro.

La pareja se miró entre sí, y luego observaron a Matilda, los rostros de estos empezaron a cambiar cuando vieron que la pobre Matilda, empezaba a hiperventilar, y por la propia cara de nuestra protagonista, podríamos decir, que Matilda, dejó de ser esa chica encantadora, para convertirse en un pequeño cuerpo tendido en la calle. El golpe sonó horriblemente doloroso, y es que la calle estaba hecha de adoquines.

Cuando Matilda se despertó, buscó incansablemente a Pepe, que no necesitaba que le musitara una palabra, pero sólo su presencia haría que el corazón de Matilda estuviera envuelto por una sensación de armonía y tranquilidad. La presencia de su madre, preocupada como nunca, no pareció importarle, Matilda buscaba a su amigo, y éste, como fiel amigo, la fue a visitar cuando le dieron el alta médica.

A Pepe le habían contando las malas lenguas lo sucedido y no podía permitir que Matilda siguiese alimentando su fóbia, no era saludable para ella, estaba realmente preocupado y decidido a ponerle fin. Nuestro amigo, era un aficionado a novelas románticas, películas de amor, y todo este tipo de cosas que nos subirían el azúcar en menos que canta un gallo. Así que, de camino a casa de Matilda, ideó un plan que no podía fallar.

Sonó el timbre, con ese pitido chirriante que hacía callar a las chicharras de aquel mes de Agosto.

El sol golpeaba fuertemente la cabeza y por consiguiente las ideas de Pepe, y este se empezaba a impacientar, porque si algo se podía destacar de Matilda, era su parsimonia a la hora de andar o de hacer algo que requiriese cualquier tipo de esfuerzo físico, por mínimo que fuese.

Al cabo de unos minutos, Matilda, abrió la puerta a Pepe tarareando una canción con un ritmillo la mar de pegadizo. Pepe la miró extrañado, y la cogió del brazo y al paso de éste, se encerraron en la habitación de Matilda.

Matilda ya no tarareaba su canción favorita, ahora miraba a Pepe, nunca lo había visto tan serio, aunque no le extrañaba su silencio, y es que como ya hemos dicho, Pepe apenas habla.

Matilda pensó que se debía a lo sucedido, y después de un suspiro algo irónico, asentó con la cabeza y dijo:

  • Pepe, no es para ponerse así. De repente esos chicos pasaron por delante de mí, y apestaban a ‘amor’. No me quedó otra que salir corriendo detrás de la pobre chica en cuanto mi cerebro reaccionó, y decirle que tenía que acabar con eso. Su corazón es suyo, no de ese payaso que la cogía de la mano, y que más tarde a solas, se dispondría a quitarle la ropa a bocados, por favor. Lo hice por su bien, sólo tengo que aprender a controlar estos ataques de rabia que me dan. ¡Este bobo es que no sabe comportarse en las situaciones importantes!- dijo Matilda, dándose un golpecito en el pecho, más concretamente a su corazón.- Y si no se lo decía yo, nadie se lo iba a decir. Desde luego que el mío si no explota cualquier día de estos, no me lo robará nadie. Mi corazón es mío. Ni siquiera se enseña. ¡Hasta ahí podríamos llegar!

Pepe la miraba sin parpadear. De repente, una sonrisa se dibujó en su rostro, y mentiría si dijera que la sonrisita no imponía lo suficiente como para poner cualquier corazón a mil. Pero Matilda estaba igual de tranquila, tal vez intrigada, pero tranquila. Sin saber a qué se debía, ni por qué, imitó la sonrisa de Pepe, y encerrados los dos en la habitación, sonreían.

  • -Ya es hora de poner fin a tu fobia, está clarísimo – dijo Pepe, aún con la sonrisa en su rostro.
  • -¿Pepe?, ¿hablando? ¡esta si que es buena! – escupió Matilda a carcajada limpia.
  • -Bueno, Matilda, no me interrumpas, ¿quieres?, esto es muy importante. Esto cambiará tu vida para siempre. Escúchame con atención- sentenció Pepe con un tono de voz muy serio- tengo el remedio para curar tu miedo al amor, a que se acerquen a ti y pienses que es para herirte, para burlarse de ti, para robarte lo que es tuyo, y robar esa cajita roja donde según tú guardas tus sentimientos, esos que son sólo tuyos y nadie tiene derecho a manipular o ni siquiera saber que existen. Tengo la solución para que no te roben el corazón.
  • -Pepe, te tenía por un tipo listo. Esta visto y comprobado que hoy no es mi día: primero casi me da un ataque al ver a aquellos tortolitos empalagosos, y ahora, para una vez que abres tu boquita de piñón, es para soltar un disparate, ¿qué será lo siguiente? ¡Vamos!, se aceptan apuestas…
  • ¡Cállate!, estoy harto de no poder rozarte; cuando te conocí pensé que serías solamente tímida, pero con el tiempo has hecho que me vuelva más reprimido sólo por miedo a hacerte daño… ¿pero qué daño puede hacer un beso?, y… ¿y un abrazo?, ¡por favor!, ahora escúchame: ¿ves esto? – Pepe le mostró a Matilda una caja de un tamaño más o menos considerable, mientras ésta aún seguía afectada por las palabras que Pepe le había soltado hacía escasos segundos – Bien, pues esta es nuestra solución. Mi solución para volver a ser yo mismo, sin reprimirme, y tu solución para dejar esa estúpida obsesión de que nadie te robará el corazón. Y nadie te lo va a robar, ¿sabes por qué? Porque el nuevo hogar de tu corazón, va a ser esta caja. De esta manera nadie podrá robarte el corazón, querida.

Matilda ya no se volvió a poner roja; sus mejillas color melocotón, y suaves como el terciopelo, su cuerpo blanco como la nieve, y ella, en sí y sin corazón, yacía inerte en aquella habitación; aquella habitación que se tornó de un color rojo; rojo como un tomate maduro.

Dicen que Pepe, lleva su corazón encima, guardado en una cajita, por si se lo quitan.

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