Los mapas solo hablan de sí mismos, olvidando la tierra que un día quisieron señalar.

No hablan de mis ojos cerrados ante el fuerte viento, ni de mi cuerpo entumecido y sudoroso por la escalada. Tampoco de aquél buitre leonado que planea en torno a mi, tenebrosamente expectante. Ni de mi triunfo al llegar a la cima y contemplar al fondo el Balaitús, con sus 3.144 metros, y a la izquierda… sobre la pared de mi salón… el mapa de ascenso al Pico de los Infiernos.

Burócrata engreído. Como yo.

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