Ha tenido que caer viernes y trece cuando deciden excarcelarme. Las calles ahuyentan a todos, confinados entre víveres y papel higiénico. La desconfianza se viraliza en las calles madrileñas. Tras comparecencias presidenciales, decretado queda, el estado de alama y el confinamiento sabe a condena.
Ya fui condenada y confinada una vez, por un asesinato que no cometí .
Deambulo por calles vigiladas, el verdugo es un virus. Abrumada por la situación, termino ante una Iglesia:
– ¿Qué quiere? – dice implacable el cura
– Acabo de salir de la cárcel, no tengo casa, han cerrado las calles– digo.
Me deja un banco para dormir, luego me trasladan a un convento. Una monja me guía a un salón oscuro, una antigua pasión mística me abate mientras me introduzco en un claustro. La lógica penitenciaria también funciona aquí.
Paso el día al son de himnos angelicales. La monja de la puerta aparece con una bandeja de comida, no me habla.
A las ocho de la noche, se ponen a aplaudir, algunas lloran.
Me asignan una habitación –mientras dure la cuarentena- lo dejan claro y me incluyen a los rezos. A dónde iré luego, volver al pueblo siempre es remover recuerdos y despertar a los fantasmas.
La monja de la puerta sospecha de mí, en mis actos soy pulcra, pero sospecha de mis pensamientos. Alerta a la Superiora y ésta pide mis antecedentes a la Penitenciaria.
Por la noche la Superiora me recrimina, haberle ocultado mi historial.
– Una asesina no puede convivir con nosotras- dice serena, pero ocultando algo.
Se ablanda cuando lee las recomendaciones finales del informe de liberación. Donde especifican mi buen comportamiento, mi pulcritud y disciplina y mi “ganas de reinserción social”
– Te quedas, pero solo hasta que termine la cuarentena– insiste.
– Gracias– digo aliviada.
El silencio es la regla, la rutina la tabla de salvación. Cada mañana al Ángelus me levanto con gran desanimo y en declive moral, las oraciones espantan los microbios letales y las canciones subliman a la bestia oculta. Los fantasmas amenazan y la pandemia desbocada se muere de sed.
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