Según los relojes, todos los días tienen veinticuatro horas, más con esta pandemia no duran lo mismo. Antes, para nosotras las mayores pasaban a toda velocidad, pero ahora con el confinamiento parece como si no acabaran.

Desde la  butaca verde de mi habitación, observo el reloj de pared, sus manecillas se mueven como de costumbre, al mismo ritmo, más el tiempo verdadero es el vivenciado. Ahora con el aislamiento el tiempo es igual a una larga noche de insomnio.

Para nosotros los mayores que el tiempo es una vivencia acelerada, pensamos que este viaje lleno de melancolía es nuestra vida que se escapa sin vivirla..

Decimos que la palabra tiempo tiene tres estaciones, pasado, presente y futuro y, para distraer esa melancolía, en las horas en solitario, aposentada en el dichoso sillón, nos aferramos al paso por nuestra mente, como si de una película se tratara, la proyección de nuestra vida de niñez y juventud. Es allí, donde nos parece encontrar nuestro vivenciar, sin saber definir exactamente lo que significa la palabra tiempo.

Por fin, hoy Domingo 26, observo desde mi ventanal un griterío excepcional, son nuestros niños los que con sus patines y bicicletas llenan las aceras de la calle. Son ellos los que me sacan de mi aislamiento, me alegran el corazón y devuelven en parte la sonrisa perdida.

Al verlos corretear me hago una pregunta: ¿Cuál es nuestra mejor edad? –

Jorge Manrique en uno de sus poemas dice:

«A nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor».

Puede tenga razón, pero quizás el mejor momento en nuestras precarias vidas esté en el presente, muy a pesar de nuestra decrepitud, falta de fuerza y vigor, más siempre en nuestros ojos con un destello de luz. Es la etapa serena de nuestras vidas.

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