CEREBROS MECÁNICOS

CEREBROS MECÁNICOS

Juan Bullón

25/04/2017

Domingo por la tarde en casa. Veo un clásico del cine del siglo XX junto a mi hijo. “La Naranja Mecánica” de Stanley Kubrick. La ultraviolencia de Alex y sus drugos, el lenguaje enigmático, la moderna escenografía, los distorsionados angulares de la cámara, las imágenes ralentizadas, el maquillaje y vestuario de Malcolm Mc Dowell, su acting sarcástico y espectacular, el uso de la música del gran Ludwig Van, el montaje de algunas secuencias a ritmo de la música. Todo aquello tolchocó mi cerebro, marcó a fuego mi mirada audiovisual cuando la vi algún día de los años 80. Deseo compartir esto con mi hijo y observar si la película es capaz de tolchocar cerebros de millenials digitales de 16 años.

Los tics de los años 70 y del cine de Kubrick (los mejores y los peores) aparecen a lo largo de todo el metraje. Y no cansan. La película sigue siendo moderna. “La Naranja Mecánica” reveló la flamante puesta en escena de una historia casi distópica con un toque político osado y algo amarillo, un masaje audiovisual de escenas impactantes, morbosas y atrevidas, un entretenimiento para mayores de edad muy masculino. Sigue siendo violenta, descarnada y arriesgada. Jugar en los años 70, dentro del cine comercial, con violaciones de mujeres, desnudos integrales y violencia enfermiza no debió ser fácil. Era, y casi continúa siendo, endiabladamente incorrecta.

En la actualidad, el ánimo emocional y de compostura política es muy diferente. Estamos en la búsqueda milenaria, y admitida por casi todos, de la igualdad de género y equilibrio entre grupos dominantes y dominados. ¡¡Beyond the Justice!! No se trata de que ahora “La Naranja Mecánica” apabulle o incomode por lo que cuenta y cómo lo cuenta (peores cosas se pueden ver en internet al alcance de cualquiera, sean adultos o menores). Hay una zafiedad en la película superada y asumida, conocida y experimentada, que inquieta y relaja a partes iguales. Inquieta porque no deja de asombrar que aquello saliera hace casi cincuenta años y aún rasgue vestiduras de gente susceptible; relaja porque de algún modo, esa violencia inherente de la novela de Anthony Burguess, que él sufrió en carne propia, está asimilada con la sobrexposición audiovisual, internet, redes sociales y los miles de ejemplos en noticias, películas, libros o canciones. La capacidad de asombro ahora es otra, el momento es diferente, la mirada es distinta.

El presente de los que pisamos tierra en 2017, nos concede la posibilidad de ser y estar. Miramos a los antepasados por encima del hombro (¡ahora tenemos las riendas!) y por ello nos sentimos con el poder de otorgar el título de inocente o insano, estúpido o inteligente a todo lo añejo, a todo lo que una vez fue descubierto. Es la superación de los tiempos pretéritos. Es la evolución. Las puertas que se abrieron entonces continúan abiertas; las puertas de ahora son otras, son nuevas y contradictorias; hay que enfrentarse a ellas con un insólito impulso para comenzar otro fresco y combativo camino, hay que desafiar a los guardianes de las esencias: destruir para construir. El aire nuevo siempre ha de correr por el tiempo de nuestras vidas. Somos los hermanos mayores y actuamos en en este mundo de 2017 que nos pertenece. El Hoy es nuestro presente; aquí mandamos y nuestro espíritu es otro. Agradecemos lo que pasó, ¡por supuesto!; aprehendemos todo lo que sirvió, reflexionamos y nos curtimos; y a pesar de que seguramente volveremos a tropezar con lo mismo y que nuestras soluciones y dudas sean semejantes (dejando ver una idéntica incapacidad para resolver asuntos de poder, arrogancia y sometimiento que tuvieron nuestros antepasados), tenemos el mismo derecho a equivocarnos. Nuestro concepto es otro, nuestra sustancia interna es otra y el Zeitgeist no deja de renovarse. Sin embargo, la animalidad es la misma, la conducta tribal, patriarcal y el miedo al prójimo y al poderoso es inherente a las personas. El equilibrio humano entre poderosos y parias, listos e inteligentes, hombres y mujeres es parecido. Eso quizás ni cambia, ni cambiará en la esencia pero sí en las maneras.

“La Naranja Mecánica” es una sátira sobre el mundo de las buenas formas, sobre la violencia y el uso político que se hace de ella. Hay una exploración del por qué ciertos grupos de jóvenes se reafirman en su batalla en o contra la sociedad, un reflejo del deseo de poder y ruptura con el pasado, con lo antiguo y los antiguos. Los Drugos tienen un lenguaje propio, una disposición antisistema de comportamiento que años más tarde se traduciría en la escena punk-rock, en la actitud nihilista y la creación agresiva (vista la absorción por el sistema de la ideología hippy de los años 60, que a su vez absorbió el rock’n roll de los 50, que a su vez absorbió…) El punk-rock también fue absorbido, y todo lo que vino después. Y el sistema seguirá absorbiendo. Revolución-Involución-Evolución. Dos pasos adelante, uno atrás y así hasta el ocaso final.

“La Naranja Mecánica” destapa una crítica a los valores “democráticos” del mundo occidental y de la Inglaterra de los años 60 y 70, a la falta de libertad individual, al preludio de un sistema capitalista corrupto y de mercado libre equiparable al ardor del nazismo y los regímenes totalitarios comunistas que pesaban mucho en las conciencias de la “Europa libre”. Había, y hay, mucho miedo social, muchas barbaridades a descubrir, muchos retos que sostener, muchos filos por los que caminar, muchas bajas, odio, rencor, hipocresía y algo de amor, que como ahora, y siempre, es lo que sostiene el mundo.

“La Naranja Mecánica” no tiene un final dulce, ni lo desea. Es un punto y seguido. Es una burla, un extraño remate para una película de Hollywood. Deja una única esperanza: la vida continúa y seguimos en el camino…, ¿igual?. Sonriamos todos como Malcolm Mc Dowell y su protector.

Pregunto a mi hijo Silvio qué le ha parecido la película. Responde que es rara. Continúa escudriñando lo que le llega a través del móvil.

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