Ahora ya no me servía la excusa de no tener tiempo, es más los días me parecían tener más de 30 horas, infinitas, incansables. Me vi haciendo cosas que no sabía que podía hacer, como ordenar la ropa por color o limpiar cada uno de los cubiertos de la cocina con dedicación.
Las horas de las comidas se veían desfasadas, bueno no solo las de las comidas, también las del baño y las de juegos, ya nada tenía el mismo orden preestablecido. Por primera vez tenía lógica merendar a la mañana y desayunar por la tarde (¿Quién habría dicho que Nastia con 6 años tenía razón?).
Varias veces me vi tirada en la cama mirando el techo y pensando en nada, pensando en todo. Tanta incertidumbre nos generan los cambios, la impotencia, el encierro… ¿Cómo será el humano después de que esto pase? porque claramente de esto tenemos mucho que aprender. Lo bueno de la incertidumbre es que pone todo en duda, no tener la certeza ni el control de nuestras vidas hace que nos replanteemos todo.
Yo soy de Uruguay, un pequeño país lleno de grandes sueños, donde las cosas se están poniendo feas al no tener un gobierno que apoye al pueblo. Lejos está este texto de politizar la situación, solo digo que en casos extremos las medidas de proteger la vida deben ser extremas. Nadie debería jugar ni lucrar con vidas humanas, ni en época de pandemia ni nunca.
Buscando el lado positivo a todo, como siempre, quiero creer que la Tierra se merece el descanso que le estamos dando, ante este acontecimiento queda claro que los virus no distinguen clases sociales, todos somos iguales. Y agregar que muchas veces la separación une, aunque suene contradictorio. Estamos en esto juntos, como raza, como especie terrícola, como seres conscientes.
Así que puedo dejar de mirar el techo y preguntarme si la humanidad estará bien porque se que lo estará, aunque en este momento estemos más cerca de la tormenta que del arcoíris.
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