Esta mujer menuda y delicada recuerda muy bien el día que pidieron a su hermana.

«Ya lo creo, ahí empezó a definirse mi historia».

El salón era todo brillos, cada detalle había sido cuidado al máximo y el ajetreo de la mañana se intentaba apaciguar al acercarse la hora convenida.

En el momento de la merienda, sobre las cinco, iban a encontrarse las familias. ¡Al fin! se celebraba la pedida de mano de Enriqueta, la hija mayor de los Artuaga. Estos conocidos comerciantes de la ciudad, durante los últimos tiempos, tienen como único afán, casar bien a sus hijas,

–Estoy nerviosa Jonás – afirmaba la madre mientras recorre, una y otra vez, la habitación. Quiero que causemos buena impresión.

–Tranquila, querida, todo saldrá bien.

En la alcoba de las jóvenes había demasiada inquietud, se tropezaban, dudaban a la hora del elegir adornos. La insegura prometida suspiraba y no cesaba en preguntarse: «¿haré lo correcto?, tengo dudas, no se si estoy preparada ¿cómo será la intimidad? él es tan serio».

La más joven, Paulina, cepilló su pelo, escogió un sencillo lazo, sabía que el protagonismo era para su hermana por lo que su vestido sería más discreto, como ella misma, que no debía transmitir ni su alegría, ni su encanto.

–Nada de sonrisas cautivadoras, ni se te ocurra ensombrecer a tu hermana – aseveraba la madre en tono alterado.

«Algún día yo también viviré este momento, no creo que tarde mucho. Aunque nadie lo sabe, ni me he atrevido a decirlo, me dejo cortejar por Ismael. ¡Es tan bueno, tan responsable! no me importa su falta de recursos, pero ¿será aceptado? ya encontraré la forma – pensaba ella.

Ahora al rememorar esboza una triste sonrisa.

Eusebia, la madre, maestra de ceremonias en el evento, desde el principio se ocupó de los detalles.

–¡Oye, cariño, te prestaré mi pulsera! – decía agitada a la novia y no te pongas mucho perfume, es de mal gusto. Sonríe mucho, no seas tan tímida y responde cuando te hablen.

Nada se escapaba a su control, llegada la hora sonó el timbre. Presentaciones, saludos y un final esperado. El joven abogado resultaba prometedor, incluso para el negocio y además con buena presencia.

Paulina pasó dos horas en su segundo plano y mitigaba su energía con ensoñaciones acerca de como abriría paso a su historia más reciente.

«Hablaré con mi padre, es menos estricto, me entenderá y seguro que desea mi felicidad, nadie podrá impedírmelo».

Los meses se fueron deslizando lentamente y cuando le pareció oportuno ser escuchada, su padre le remitió a la figura materna.

–Ella entiende de esas cosas, yo poco puedo decir – fue la indiferente respuesta.

Las voces de la señora se oyen por toda la casa, está fuera de sí.

–¿Cómo se te ocurre? ¿te dejas halagar por un don nadie? ¡Qué vergüenza para la familia!

–Madre ¡por favor! escuche.

–Olvídate de ese joven, jamás, pero que jamás, cruzará el umbral de esta casa.

–Quizá más adelante, escúcheme.

–No hay adelante, mañana sales para Santander. Irás en tren, allí te esperarán tus tíos y vivirás con ellos hasta que se te pase.

Paulina no pudo asistir a la boda de su hermana – motivos de salud – no quisieron correr riesgos.

Un lágrima inevitable recorre algo más interno que su mejilla, al venir el pensamiento.

Donde si asistía con frecuencia era a la estación, soñaba con subirse a un tren y acabar su pesadilla. «Seguro que volveré, nos encontraremos, costará que entren en razón, pero lo haré posible».

El tiempo transcurría sin sentido para ella hasta que le llamaron para ayudar a su hermana Enriqueta con la crianza del primer hijo que tanto tardó en llegar. Después, se suma otro y mientras los niños crecen algo en ella se apagaba. Ese brillo de sus ojos perdió intensidad, sus mejillas menos lustrosas no enmarcaban del mismo modo su sonrisa que le daba un encanto especial.

Intentó buscar a Ismael, pero había pedido traslado y no supieron o quisieron explicar más.

Su juventud transcurre como espectadora de la vida de otros. Sus padres envejecían, su hermana se recreaba en la vida social del momento y los sobrinos sabían adaptarse a la rutina escolar. Mientras, ella se marchitaba de manera imperceptible.

«¿Piensa alguien en mí? ¿en algún momento se habrán preguntado que puedo necesitar yo?. Estoy aquí, soy útil, eso es todo»- se decía a si misma.

–Hija, tu padre envejece mal, yo no le aguanto, solo tú tienes paciencia. Desde ahora eres su cuidadora oficial – reía la madre.

Recordar esto es sentir un gran peso en la espalda, no duele, solo impide.

Todas las mañanas, paseaba por el parque al achacoso anciano. Un día, creyó ver a alguien parecido al antiguo novio.

«Si me lo pidiese, lo dejaría todo, haría lo que fuera, he soñado con escaparme ¡tantas veces!.

Pero no era él y nadie le pidió nada excepto Enriqueta que no estaba dispuesta a ocuparse de los padres por que le angustiaba y quería vivir libre.

–Pauli, querida, solo tu sabes acompañar bien, te dejo la tarea.

–Yo también deseo cambios, otras cosas.

–Tonterías, si lo tienes todo.

Esto no quiere que le venga, es una imagen dañina.

«En ocasiones, hay personas que avanzan sin más, como yo, que sus días transcurren iguales y llegamos a darnos cuenta que fuimos objetos que favorecieron a los que nos rodeaban».

No es melancolía, lo que le invade es vacío.

«¿Tuve yo una verdadera familia? ¿me amaron, aunque solo fueran instantes? preguntas que se suceden mientras las noches se apagan y Paulina duda por el sentido de todo, por lo absurdo de mucho y porqué tuvo que ser ella la elegida para dar su propia vida en favor del egoísmo ajeno.

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