Su barba y su melena expuestas al viento flameaban con reflejos dorados. Leif, de pié en la proa del drakkar se apoyaba en el cuello del dragón tallado que coronaba la roda, buscando en el horizonte algún atisbo de tierra donde refugiarse del temporal. La vela cuadra de la embarcación, a punto de reventar, la impulsaba a gran velocidad sobre las olas.

Una sombra en el horizonte le alertó de la presencia de costa desconocida; cuando consiguieron refugiarse al abrigo de un puerto natural, vieron que el campo estaba cubierto de vides, por lo que bautizaron el descubrimiento como Vidland.

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