Era un día por la tarde, cuando mi madre y yo estábamos viendo una telenovela, relajadas y tranquilas. Mi hermana volvío del instituto y empezó a cambiarse de ropa delante del televisor, como si nada. Le dijimos que se apartara, pero ella no hizo caso. Al ver lo que estaba viendo, giré mi cabeza en dirección a mi madre y tragué saliva.
-¿Hija que está pasando? dijo mi madre, sorprendida, casi en shock.
-¿Que está pasando, de qué?, contestó ella.
Aunque yo, siempre pensé que lo había hecho a propósito.
-¿Estás embarazada?
Ella lo negaba. Decía que estaba un poco gordita, nada más. Yo por mi parte, no dije nada.
-¿De cuánto estás? le preguntó, decididamente.
-De cinco meses. Contestó ella sin tapujos.
-No puede ser, tu vientre aparenta sólo tres meses.
Y entonces empezamos a llorar, las tres. Qué triste que una chiquilla de dieciséis años tuviera que pasar por eso. Pero así fue. Mi madre estaba muy triste y preocupada por la situación. Al día siguiente fueron al médico y allí le confirmaron a mi madre:
-¡Enhorabuena! Va a ser usted abuela, de un niño precioso y sano. Su hija está embarazada de siete meses.
Mi madre lloró y lloró y el médico trató de consolarla.
Al día siguiente, ella llamó a mi padre, llevábamos sin verle un año y medio. Se había ido a España, para ganar un dinero extra y así terminar las obras, que teníamos previstas en la casa.Le contó la situación deprimente que estábamos viviendo, claro según nosotras.
Al siguiente día de la llamada, mi padre llamó ilusionado, diciendo que había comprado un carrito y una cuna para su nieto. Entonces mi madre cobró fuerzas e ilusión, viéndose apoyada por su marido. Después nos avisó que debíamos reunir todo el dinero que teníamos, para comprar los billetes e ir a España.
Yo tenía quince años. No era ni pequeña, ni mayor. Yo no lloré entonces, en mi inocencia, me hacía muchísima ilusión.
Ocultamos a toda la familia, el embarazo de mi hermana.
Solo lo sabían «las húngaras», dos vecina, madre e hija que siempre nos habían ayudado en todo, magníficas mujeres.
Mi tía nos ayudo hacer las maletas.Nos despedimos de todos, montando una pequeña fiesta. Le compramos a mi hermana un chándal amplio, para que no se le notara el embarazo y montamos en el autobús. Tres días y tres noches, sin antes pasar por la frontera de Hungría, donde pararon el autobús para la revisión «rutinaria». Allí mi madre se puso muy nerviosa, creyendo que podrían mandarnos de vuelta a casa y por que a mi me tenían mucho tiempo retenida, revisando el equipaje, el pasaporte, era mejor, así no le prestaron mucha atención a mi hermana, que se suponía que no debía viajar en su estado. No me acuerdo de mucho pero si me acuerdo de parar en Italia, después Barcelona y finalmente Madrid. Cuando llegamos aquí era de noche. Estaba tan emocionada de ver a mi padre, le eché tanto de menos y por la emoción que me invadía no me di cuenta de que yo estaba en la parte equivocada del autobús, cuando mi madre le llamó yo seguía mirando e intentaba buscarle. Era como esos momentos mágicos de la vida cuando todo avanza a cámara lenta. Yo seguía mirando por la ventana equivocada. Empecé a pensar que todo eso era un sueño y que no era verdad, que no vería a mi padre. Las lágrimas caían por mis mejillas y volví a sentirme como una niña abandonada. Mi madre me tiró del brazo y me llevó fuera del autobús. Y le vi. Le abrace.
Desde ese momento no volvimos a separarnos nunca. Juntos hemos sido capaces de afrontar muchos problemas. Unidos nada nos podría vencer.
Siempre JUNTOS
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