Su barba y su melena expuestas al viento que trae la percusión de las ocho, ondeando. Su codo en el alféizar, punto de apoyo para atreverse a aguantar la mirada a la parca y ponerle palabras a lo inefable:
Cuando morimos, nuestras partes integrantes siguen existiendo, pero por separado. Lo que deja de existir es la concreta combinación que nos generaba la ilusión, tan real, de la identidad. Entonces éramos (somos todavía), esa concreta combinación pasajera de nuestras partes imperecederas. Un cóctel, ¿explosivo?, ¿embriagante?, ¿exclusivo?, efímero, sediento de eternidad y de unos labios que besar en estos días de secano.
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