Tras los cristales de la ventana aparece un enorme cachalote. Atravesando el blanco de su gruesa piel se pueden ver los arpones a los que ha sobrevivido.Siguiéndolo de cerca, se escucha la voz desgarrada y obsesiva de un viejo lobo de mar. El cetáceo me observa durante unos instantes y luego desaparece abanicando enérgicamente el aire con su aleta caudal.

Nadie entra por la puerta. Quizá sea un trampantojo.

Apenas se han desvanecido los gritos del obstinado capitán, cuando tras el vidrio de la ventana se deja ver una tortuga; Casiopea, creo que se llama. Tras sus lentos pasos camina un conejo blanco con chaleco, visiblemente preocupado por llegar tarde a no sabe donde y esperanzado por encontrar a los hombres de gris que le robaron el tiempo.

Miro hacia la puerta deseando ver aparecer los rostros de mis razones de vida, pero esta es un objeto inerte que parece haber perdido las bisagras.

Vuelvo a mirar hacia la ventana.

Sobre la llanura celeste un desgarbado caballo espera paciente su nombre. Durante días mira con ternura al hombre pensativo que lo acompaña. Al cuarto día el caballero se levanta y emocionado se dirige hacia él para decirle «Ya lo tengo, te llamarás Rocinante». No muy lejos de allí, desde su torre de marfil, una niña de cabellos blancos y ojos dorados sonríe al escuchar el nombre, sabiendo que la Nada ha vuelto a ser derrotada.

Algunas noches por mi cielo nocturno con marco de aluminio, merodea un hermoso tigre cojo sin muy buenas intenciones en sus verdes ojos. No le tengo miedo; sí a la soledad. Siempre que el felino aparece, lo hace también un majestuoso dragón de la suerte de escamas de madreperla y ojos de rubí, que lo devuelve a las colinas de Seonee y, a continuación, deja en mis oídos su remota voz para decirme con palabras de bronce que no estoy solo.

Por fin la puerta se abre y la espera se acaba. No puedo evitar llorar al ver de nuevo vuestros rostros. Presiento a una sencilla mariposa jugando tras el cristal de la ventana.

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