La vista desde aquí

querida Ana:

Aprovecharé la situación para decirte que los fantasmas me tratan bien por aquí. Sé que quizás no te interesa saber nada de mí, pero quiero que entiendas que mi intención nunca fue herirte de ninguna forma humana posible, sin embargo, no puedo controlar el impacto de mis acciones ni la manera en la que mis mentiras fluyen con el río.

Me tienen encerrado en contra de mi voluntad, en contra de mis deseos y midiendo los contados pasos que mis piernas recorren día a día. Ahora pertenecemos a ese zoológico humano del que tanto conversamos la noche que te perdí, todos encerrados en la misma jaula que llamamos hogar, y déjame decirte que la vista desde aquí sería perfecta si tan sólo estuvieses entre mis brazos, pues es el único modo en que mi mente concebiría un escenario menos doloroso. Ya no escucho música clásica que me lleva a recordarte, Ana, hasta con eso me limitaron, me restringen la creatividad y sólo me dejan retorcerme con el pesado ruido del silencio, es denso hasta en su propio mudo. Me conformo con caminar de la cocina a la sala, pues son los únicos 10 segundos donde mi cuerpo viaja fuera de ese mueble mal tapizado, y sería dramático despedirme a este punto, pues aún no sé si en verdad estos remedios caseros están haciendo efecto, pero cuando toda esta locura pase y podamos volver a vernos (si es que sucede) te llevaré tulipanes azules, de esos que te encantan, y te cantaré serenatas para recordarte mi clásico y obsesivo amor, pues ¿qué más nos queda si no es el sublime e infalible sentido de expresar lo que sentimos?.

No tengo más que las cuatro paredes que encierran mi espíritu, ni siento más que el encantado destello de tu olor aquella noche, sueño contigo despierto y dormido, bailo contigo mientras mi depa arde en llamas, incluso rezo por ti, ¿cuándo fue siquiera la última vez que recé?.

Espero la oportuna ocasión de volver a verte, así sea para que me contagies una vez más.