El despertar de la siesta

El despertar de la siesta

Laura

25/03/2020

Estiré mis extremidades en todas las direcciones para desperezarme. Mi cuerpo estaba engarrotado como si hubiese dormido durante dos semanas seguidas. Oía el silencio de las seis de la mañana de un sábado, pero la oscuridad de la habitación la atravesaban rayos de luz intensos que entraban por los agujeros de la persiana. Debía ser mediodía, por lo menos. Me rugían las tripas pero no tenía nada en la despensa, así que salí a llenarla. La calle estaba desierta. Un poco raro para ser sábado. Me crucé un par de personas con carros de la compra que llevaban mascarillas cubriendo su boca y nariz. Otras paseando a sus perros que también la llevaban. Me acerqué a una para preguntarle qué pasaba, pero se apartó bruscamente de mi: “¡A más de un metro por favor! ¿Es que no sabe lo que hace?”. Menudo maleducado. Me fui sin preguntarle. En la puerta de la panadería, un cartel “solo dos personas dentro por favor”. Fuera una cola enorme. Me fui al súper. Otra cola monumental. Al parecer, medio pueblo había decidido llenar hoy también su despensa. Acerqué la oreja a una conversación de la cola, donde una de las señoras decía: “Es el tercer día que vengo y aún no he podido comprar carne, ni huevos, ni papel de váter. ¡La que le ha entrado a la gente con el papel de váter, oye!”. Nada tenía sentido. Era obvio que debía seguir dormido así que me fuí a la plaza del ayuntamiento e intenté despertarme metiendo la cabeza en la fuente municipal. Antes de darme tiempo a sacarla, noté que me agarraban por los brazos y me extraían. “¿Ha perdido usted la cabeza? ¿Es que quiere que lo detengamos?” me preguntó uno de los policías. “¿En plena cuarentena y a usted no se le ocurre más que esto? Venga hombre, que todos lo estamos pasando mal”. Me dejaron ir. No entendía nada, pero tampoco quería preguntar. El mundo me parecía un sitio mucho más divertido ahora que todos se habían vuelto locos.

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