Treinta y cinco metros cuadrados sin balcón

Treinta y cinco metros cuadrados sin balcón

Treinta y cinco metros cuadrados sin balcón es el escenario de mi encierro acogedor. Os podría contar que el confinamiento me ahoga, me asfixia, me entristece, me aterra…pero estaría mintiendo. Mi cuerpo puede estar encerrado en este espacio, pero mi alma es libre, salta y brinca por donde quiere.

Me siento afortunada de tener comida, agua fría y caliente, luz, internet, ordenador, libros, tele, móvil con capacidad para hacer videollamadas y permanecer conectada.

Mantengo un trabajo desde casa que puede paralizarse en cualquier momento. Al principio me aterró la idea pero, después de la angustia, me he concienciado de que la posibilidad está encima de la mesa y hay que estar preparada para lo que venga, tanto ahora como después, cuando todo esto termine.

Por una vez, el tiempo me parece justo y generoso, el estrés no me castiga y la paz aflora día a día desde lo profundo de mi corazón. Al principio, me agobiaba pensar que no podría entrenar pero me di cuenta que, para activar el cuerpo, hay muchos recursos por la red. Ahora, todos los días bailo, salto y disfruto.

Mi cuarentena es constructiva, me sirve para desconectar, para compartir desde la distancia, para aprender constantemente cosas, para ahondar en mí como tanto me apasiona, para crear lo que me apetezca.

A este paso, creo que me costará volver a la rutina, me dará incluso pena alejarme de este ritmo calmado y enriquecedor que mi alma agradece.

Siento que la Tierra está respirando aliviada, que está tratando de purificarse de nuestra toxicidad. Creo que esto tiene un sentido y es muy profundo. Quedarse en casa es la metáfora de adentrarse en el interior de uno mismo. Volver no es fácil porque siempre estamos fuera, es raro. Ahora que estamos ahí, preguntémonos: ¿qué hay dentro? ¿y si aprovecho para ordenar, para limpiar o para sacar provecho de lo que encuentro?.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS