Bostezo tanto que un par de lágrimas se escurren por mi cara. Espero no estar aburriéndome, me pondría muy nervioso aburrirme. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué debería hacer? Estoy sufriendo como un perro, pero bueno, tengo una manta. Estás de puta madre, me digo. Todo te va bien, tu vida está muy bien, de verdad.
¡Piiing! Desde el sofá y en diferentes posiciones, todas incómodas, llevo demasiadas horas escuchando un ascensor averiado. Se ha quedado atascado en mi planta. Sexto piso. Pita, se abre y se cierra, así todo el tiempo. Esa sucesión de ruidos está incrustada en mi cerebro, tal vez para siempre. A veces me quedo traspuesto y el ascensor se mete en mis breves sueños. No sé qué hacer, de verdad, es esta resaca que tengo, que me produce tanta angustia que sólo deseo que se haga de noche y poder olvidar este día. Poder olvidarlo todo. Me siento miserable y culpable, pero así son casi todos los días con resaca.
Lo peor es ese pitido. Es un timbre optimista que a mí me parece un insulto, una broma macabra. Alguien debió pensar que era conveniente anunciar la llegada del ascensor a su destino con un timbre a buen volumen. ¡Piiing! Se encienden unas flechas rojas, luego se produce una pausa, un ruido de poleas, se abren las puertas, otra pausa mucho más larga, la cabina tiembla, se cierran las puertas con un estruendo metálico y todo se queda en silencio por un instante cruel hasta que vuelve a sonar el puto timbre. Hablemos claro: Me están torturando. Nadie me va a ayudar, estoy solo en esto, es como mi vida, un bucle absurdo. Trabajo repetitivo de oficina, este sofá, mi manta, cervezas y finalmente, una cama blanda. Creo que todo el mundo se ríe de mí, hasta el ascensor averiado. Joder, me estoy aburriendo.
La radio siempre está encendida. Dice un dentista, en una emisora muy local, que debemos tirar de la cisterna del váter con la tapa cerrada porque de lo contrario las bacterias fecales vuelan con el remolino acuático y se pegan a nuestro cepillo de dientes, eso la gente no lo sabe, claro, lo sabe él, lo sabe él que es dentista y de paso que hace publicidad de su clínica, quiere revelar este secreto al mundo, gracias hombre, al parecer todos nos cepillamos los dientes con mierda. Suelto una carcajada y me compadezco, también me alegro de que el tiempo esté pasando algo más rápido aunque la sensación de angustia no tarda en volver cuando escucho nuevamente el pitido eterno y los quejidos del ascensor averiado. ¿Y si saliera a dar un paseo? ¿Ahí fuera? ¿Con la gente? ¿Te has vuelto loco?
¡Piiiing! ¿Esto es para siempre? Observo atentamente la situación por la mirilla envuelto en mi manta, escucho mi respiración como en una película de terror, puedo escucharme hasta sudar, qué asco me doy, me palpitan las sienes, intento concentrarme en el suceso, es tan sólo un ascensor averiado pero me quedo un rato mirando como se abre y se cierra, iluminando el descansillo. Todo es altamente anómalo y ridículo. Está desafiándome. Me tiene harto. Si tuviera un hacha juro que abriría esta puerta y destrozaría el puto ascensor, hostia, lo reduciría a mil pedacitos de cristal y plástico, cables y chispas, porque sólo está ahí para molestarme, para hacerme sentir todavía más ridículo, más miserable.
Abro la nevera, parpadea la bombilla del interior, finalmente se queda encendida y entonces siento alivio. Me como una loncha de jamón york ahí de pie, despacio, sin ganas, pensando en qué me apetece hacer. Tiro a la basura mucha comida caducada, leo los envases, muchos productos “podrían” contener trazas de otras cosas… ¡Trazas de otros productos! Luego le van diciendo a la gente que no se drogue, que no saben lo que se meten… Y yo sintiéndome culpable porque ayer me metí una raya y ahora creo que voy a morir de un infarto. Pues que quede bien claro que yo no pienso bajar estas bolsas, hoy no, está decidido, nadie quiere bajar la basura cuando puede sufrir un infarto, qué muerte más indigna, rodeado de basura, un Domingo. Salgo de la cocina y me quedo quieto, casi sin respirar para comprobar si el ascensor averiado sigue ahí fuera, en la oscuridad. ¡Piiiing! Me cabrea que nadie se haya encontrado con él, que no haya nadie que se preocupe, que quiera solucionarlo. Venga, vecinos… ¿Es que nadie más lo está escuchando? Es domingo, hay poco movimiento en el edificio, eso significa que todos esos idiotas deben estar todos en el interior de sus casas y ninguno de ellos le presta atención al ascensor averiado, claro, porque sólo es una cosa. Ya se preocupará otro idiota. Qué asco de gente. A nadie más le importa, por eso sigue ahí, como si fuera una fiera desesperada intentando liberarse de una trampa. Pidiendo ayuda. A mí sí que me importa el ascensor, joder yo tengo sentimientos pero sólo soy un cobarde en calzoncillos y además ya he decidido que no voy a salir de aquí, no puedo, lo mejor que nos puede pasar es que se acabe este día de una puta vez. Me siento incapaz de hablar con nadie, imposible, estoy demasiado atormentado en este momento, desconfío de todo lo que pienso, estoy casi seguro de que lo estoy interpretando todo mal. Casi.
Reviso una vez más el teléfono y las redes sociales. Creo que lo hago cada cinco minutos. Nada. Nadie. ¡Piiiing! Todo, todo me aburre, mis discos, mis libros, no, no quiero ver ninguna película, ninguna serie, no sé si tengo hambre, no sé si soy feliz. Me cuestiono seriamente si me apetecería freír bacon en mantequilla o hacerme una paja, tal vez así me quede dormido como siempre me pasa…
El sol comienza a apagarse, las luces de las casas del callejón a encenderse. Está anocheciendo y siento una alegría enorme cuando abro la lata de sardinas de la cena. Debería ser un delito desperdiciar así una vida, como el aceite de oliva de las latas, es justo la clase de pensamientos que intento no tener, pero los tengo, yo no mando, todo lo que digo que no voy a hacer lo hago, cuando se trata de mi propia vida, siempre que proclamo siempre o nunca, después nunca se cumple lo que he dicho. Siempre. Escribo en un folio con un rotulador negro: ASCENSOR AVERIADO.
¿Sabes qué? Lo he pensado mejor, creo que lo veo claro. Rompo, arrugo el papel. Con la máxima furia posible lanzo la bola contra la radio. ¡Cállate imbécil! ¡Que le den por culo al ascensor y a todos los vecinos! ¡Que se jodan! ¡Ya está bien, estoy harto! ¿Por qué tengo que aguantar esto? ¡No, no voy a salir! ¿Por qué yo? ¿Eh? ¿Por qué nadie quiere ayudarme y arreglar el ascensor? Yo no pienso hacer nada. Escúchame: Cuando por fin sea la hora, cerraré la puerta de mi habitación, me meteré en la cama y me voy a sobar a toda hostia. ¡¡Que se jodan los demás!! Porque esto tiene que estar escuchándolo alguien más. Allá ellos. Ya veréis. Estos ruidos serán insoportables en la paz de la noche, pero parece que soy el único al que le preocupa. ¡Pero ya no! ¡Ya es demasiado tarde! ¡Ya he tomado una decisión! Los demás están ahí, en sus casas. ¡Piiiing! ¡Oh! ¿Qué es eso, cariño? ¿Estás escuchando esos horribles ruidos? Puedo imaginármelos a todos con sus caras confusas saliendo de sus casas en mitad de la noche con sus pijamitas ¿Qué le pasará al ascensor? ¡No lo sabemos porque somos gilipollas y hemos pasado de él todo el día! Y se pondrán nerviosos y entonces vendrán a mí. Idiotas, no os atreváis a llamar a mi puerta, no pienso abrir. Es más: Estoy seguro de que el motor del ascensor debe estar recalentándose y se va a producir un cortocircuito por pura desidia y va a arder, sí, sí, va a arder el edificio entero con nosotros dentro, vecinos de mierda. ¡Yo tenía resaca! ¡Estaba angustiado! ¿Qué podía hacer? ¡Ahora mil muertos! ¡Mil muertos calcinados por no arreglar el ascensor averiado! ¡Por no preocuparse! ¿Qué? ¿Ahora qué? ¡Todos carbón! ¡Me parto de risa! Total, yo ya estaré dormido.
Pienso en todo esto mientras me quedo dormido, estoy moderadamente satisfecho, después de todo, no ha sido tan mal día.
¡Pinnng!
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