En el almíbar celeste de tu sombra, mi ser te integra y te vuelve viva. Porque no pueden morir tus aromas a especias del Líbano, tu recóndito sabor arábigo, humeante en comino colorido, orégano y sal de oliva. O tus parras arrollando sueños perdidos en el mar que costeaba tu Beirut natal. Ni tus silentes tortas trigo y pella que sin cesar golpeabas en el mármol del mortero aquel. Por eso, en ese almíbar, el de los dulces de hojaldre amarillento, vuelvo a sentirte mía.
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