Siempre se ha dicho que somos hijos bajados de los barcos. Mi papá bajó del Orima agarrando la mano del abuelo Joaquín. Nadie los esperaba, mi padre se sentó en las valijas atadas con cuerdas; con los años nos fue contando que ese día fue algo inolvidable para él. El abuelo le tomo una foto, es la que siempre lleva guardada en el bolsillo del abrigo.

Papá, dejó el abrigo durante el tiempo que estuvo internado, le gustaba tenerlo colgado del perchero del hospital, con eso se tranquilizaba; tenía varios remiendos y el tiempo lo había ajado por demás, es el abrigo que usó mi abuelo cuando llegaron a la Argentina. Mi padre se sentía más abrigado con esta prenda que con cualquier otra.

― ¿Papá, por qué no guarda esta foto en algún cajón, mire si se le pierde?―

Mi hermana Yulila insistía cada vez que sacaba la foto cuando mandaba el abrigo a la tintorería.

No hija, ahí llevo la mirada de tu abuelo, cuando bajamos me dijo: póngase ahí chaval, este día es muy importante. En ese instante supe que no regresaría más a mi España natal y ésta foto es un tesoro que debo guardar con ardor

Papá comenzó a tener la mirada esquiva, dificultades para comer; el paso del tiempo comenzó a demandar a su cuerpo. Yulila, hizo enmarcar la foto y la puso en la mesa de luz de la habitación del Hospital. Cuando podía mantener la lucidez y nos reconocía, miraba la foto y sonreía amorosamente. Un día de sol, mi hermana corrió las cortinas y la habitación se inundó de luz, papá se llevó la mano a los ojos.

―Disculpas papi, ya las cierro―

―No, está bien déjalas así. ¿Dónde está tu hermano?―

Se sorprendió, me llamó por teléfono, lloraba: papi preguntó por vós, ven rápido.

Reíamos con sus bromas, cuando agarró la foto enmarcada, nos quedamos mudos.

—El viaje en el Orima, duró mucho, parecía interminable, enfrentamos várias tormentas; la más peligrosa sacudió el barco como si fuera de papel. Tenía diez años en ese momento, mi papá treinta y cinco, mi madre se quedó en España junto a su suegra y la Josefa, mi hermana de tres años y otros familiares a la espera por una nueva oportunidad. En el barco había todo tipo de personas, muchos escondían cuchillos entre sus ropas. Una noche escuché un fuerte estampido que me despertó asustado, papá me dijo con el dedo en los labios: shhhhh, duerma hijo no es nada. Se oían corridas y gritos, alguien pidió por un médico; no había médico a bordo. Por la mañana supimos que un hombre murió a manos de otro de varias puñaladas.—

Se detuvo para toser, se lo veía fatigado.

―Descanse papá, después seguimos―

―No hijo, estoy bien; no teníamos nada para comer, por las mañana recorría la cubierta en busca de algún pedazo de pan, papá escribía cartas para algunas personas que no podían hacerlo, gracias a su trabajo en el correo aprendió a leer y a escribir. De noche me leía los libros que traía en una de las maletas, la más pesada: esta la llevo yo, aquí va nuestro futuro, me decía. Después de leerme me hacía leer a mí lo que había leído él, de esta manera aprendí a leer muy bien y luego vino el aprender como se llaman las letras. Tenía tanta hambre que pronto estaba leyendo libros a las señoras mayores y con esto me daban algo de comer. Una tarde, volvía de leer, un hombre salía del camarote nuestro con el abrigo de papá en las manos, lo había empeñado para conseguir algo de comer. Pasamos mucho frío, nos abrigamos con cualquier cosa, lo que más calor nos daba eran unos envoltorios de papel medio duro pero cuando lo usábamos se ablandaban y abrigaba bastante. Después de varios días, me crucé con el hombre que llevaba puesto el abrigo de papá, lo seguí hasta su camarote y ahí estaba con una señora anciana, cuando me vio habló con rudeza: ¿Qué quieres chaval?

Nada, me ofrezco para leerle a la señora si usted quiere. No me salían las palabras, el hombre metía miedo. Me miró fijo y dijo: Vale, hazlo. Después de leer me iba sin comer nada, cuando me preguntaron si quería algo respondí que sí, que devolviera el abrigo a mi papá porque sufre mucho el frío, está enfermo, mentí. Me llevó a los saltos hasta mi padre, me sentí muy mal, era la primera vez que mentía descaradamente, algún instinto me llevó a hacerlo; lo cierto es que no quería que pasáramos frío además del hambre, no era justo. Papá abrió los ojos bien grandes cuando el hombre le contó lo sucedido, no sabía qué decir. Me dolía más su silencio que la reprimenda que iba a recibir. Al fin habló: No se preocupe buen hombre yo me encargo del chaval y por favor le pido disculpas por este mal entendido, no volverá a suceder. El hombre frunció el ceño y se marchó. Papá se sentó, me tomó por los hombros y me miró fijo, sus ojos entraron en los míos, me abrazaba con la mirada y con toda calidez me dijo: Vamos a estar bien, no te preocupes y pase lo que pase no vuelvas a mentir. Salió a buscar algo para comer, volvió eufórico, cantaba y me decía: mañana llegamos a puerto hijo. Durante la noche no pegué los ojos, al amanecer golpearon a la puerta, era el hombre con el abrigo.—

―Mi madre quiere que le traiga esto, usted sabe no puedo dejárselo así porque si

―Que quiere, no tengo nada para darle a cambio―

Quiero sus libros―

Hijos, estoy cansado después seguimos. Apoyó la foto en el pecho y se apagó.

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