Foto de mi familia en la época de esta historia familiar:
Mi primera aproximación a la muerte fue alrededor de mis 7 años, cuando murió el tío Molina.
Fue de esos tíos increíbles, con un poco de actor y otro poco de mago. Cómo no tenía hijos propios, disfrutaba de sus sobrinos. Por supuesto, nosotros delirábamos con él.
Era dueño de un circo rural, de esos que recorrían nuestra campaña, llevando un espectáculo que incluía una obra de teatro, donde trabajaban los payasos, el vendedor de golosinas, el piloto de la muerte, la amazona de los ponis y hasta mi tía Chichita, cuando andaban cerca de casa.
Un día, a la hora del almuerzo, el vecino vino a avisar que llamaban por teléfono a papá, lo que no extrañó a nadie, porque era el encargado de la sucursal del Banco, y dos por tres lo requerían de Casa Central.
En cuanto pude, y antes que mamá se diera cuenta, fui con él. Cuando entró a casa de los vecinos, lo oigo decir en el teléfono: “¡¿Cómo que mataron a Molina?!…. ¡¿con un cuchillo?!”
Me di cuenta enseguida que era una magnífica noticia, por la cara de asombro de papá, y no se me ocurrió en ese momento que fuera por algo malo.
Así que salí al toque, de vuelta a casa, a dar un adelanto de la noticia a mamá y mis hermanos, que estaban tranquilamente terminando el almuerzo.
Abrí la puerta de un tirón y largué la bomba agitada, tratando de sorprender a todos antes que papá: “¡mataron al tío Molina!”
Mamá se atragantó, se tapó la boca con la mano y puso una cara de asombro como la de papá: “¡¿El qué?!… ¡¿cómo?!… ¡¿qué pasó?! atinó a balbucear.
Yo, muy suelta de cuerpo y encantada de contar con su total atención, le largué: ¡con un cuchillo!
Ponerse a llorar a los gritos fue todo uno. Mi hermano menor que tendría unos 5 años se asustó con su reacción y también se puso a llorar. Mi hermano mayor la abrazaba y trataba de consolarla mientras me decía: “¡¿que decís?! ¡bruta!”
En esa escena estábamos cuando entró papá, el cual venía conmocionado con la noticia y casi seguro, que pensando la mejor manera de trasmitirla a mamá sin que le fuera tan shockeante: ¡y se encontró con el drama desatado!
Mirarme fue suficiente para darse cuenta que había sido yo quien había desatado el drama. Lo único que me dijo fue: “¡barriga fría!”. Corrió a abrazar a mamá que tenía tremendo ataque de nervios, el primero, que yo veía en mi vida.
Por supuesto, también me puse a llorar. Mi hermano mayor se me acercó y me sacudió diciéndome si estaba contenta ahora con la muerte del tío Molina.
Yo no tenía ni idea de lo que era morirse. Lo más cerca que estuve de la muerte era cuando mamá le apretaba el cogote a un pollo, y eso, significaba para mí el preámbulo de una suculenta comida.
Además, en ese momento no entendía ¿Por qué se lloraba tanto? ¿Por qué era el drama? ¿Qué era eso de morirse?
Y sentí entonces, que yo era la que había matado al tío Molina, fuera lo que fuera eso, y que se veía horrible.
Salí corriendo de la casa como apestada y me escondí a llorar mi culpa en el galponcito del fondo. Allí me encontró papá más tarde, después que vino el doctor y tranquilizó a mamá.
Me abrazó y me acunó en sus brazos; hablamos sobre lo trágico de la muerte, trató de convencerme que yo no lo había matado, que sólo había sido imprudente en dar la noticia tan de golpe.
Fue ahí cuando le pregunté qué era morirse, y si duraba mucho. Me dijo: para siempre. Cuando le pregunté si eso era mucho rato, me extrañó que se riera mientras lloraba.
Ese día no entendí mucho más, pero me consoló saber que papá me había perdonado la imprudencia, que era algo que yo comprendía bien, ¡ya que lo hacía todos los días!
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