Todas las mañanas me levantaba bien temprano para ayudar a mi padre con el ganado, por las tardes prácticamente casi todo el día me lo pasaba ayudando a cultivar el huerto o talando árboles. Apenas tenía tiempo para pasar el rato con mis amigos pero debía de ayudar o de lo contrario pasaríamos mucha hambre. A lo largo prácticamente de toda mi vida me he pasado dentro de esta laboriosa rutina, del ganado al cultivo y del cultivo al ganado, ha sido mi modo de vida y es algo normal.
Pero no todos los años son buenos unos algunas vacas enfermaban y morían, otros los cultivos no crecían lo esperado e incluso sucedían ambas cosas al mismo tiempo, lo que significaba que a la vuelta de la esquina asomaba la cruel e indiferente hambruna.
Percatarse de como tu estómago se encoge puedes llegar hasta padecer un pequeño dolor al no ingerir apenas alimento, es un tanto desagradable. Pero con el tiempo esa sensación desaparece y te «acostumbras».
Siempre he pensado en cómo poder salir de esa situación tan repugnante, nunca obtuve solución hasta que un día el destino me la reveló delante de mis narices.
Estaba en el mercado ayudando a mi madre a cargar jarrones de agua del pozo, cuando apareció un hombre alto y con unas ropas muy extrañas, no andaba descalzo y en su cuello colgaba una especie de tela negra. Vió mi mirada perpleja y curiosa con lo cuál se acercó.
Me comentó que yo podría vestir como él, pero debería de hacer un «pequeño» viaje a un «nuevo mundo». Atónito lo escuchaba y me surmegía en un inmenso mar de curiosidad, cuando en un instante mi madre me cogió del brazo y me apartó de aquel hombre. Las últimas palabras que logré escuchar fueron «si tienes interés en saber más estaré estos días por el mercado».
Al llegar a casa me alertó de que gente de esa calaña son demonios disfrazados, pero en mi cabeza solo resonaban las palabras «viaje» y «nuevo mundo». Siempre pensé que mi madre me sobre protegía, era el menor de cinco hermanos de los cuáles dos habían fallecido. Tenía un gran temor a la muerte.
Al día siguiente llegué esperanzado al mercado, soñaba con poder llevar una vida más placentera. Aquel hombre volvió ha aparecer, seguía con la misma historia todo muy bonito. Sería un viaje en barco de unos días con más gente, ya estaría en el nuevo mundo. Lo describía como un lugar maravilloso con casas tan grandes como montañas y más cosas que no lograba entender.
Tenía que ir lo tenía decidido pero no era tan fácil, el hombre me pedía una suma de dinero considerable y yo no tenía ese dinero. Me fui derrotado y hundido en mis pensamientos. Aunque volví a escucharle decir de fondo «si sigues interesado estaré estos días por el mercado».
Se lo comenté a mis padres dónde mi madre rotundamente se negaba y mi padre dubitativo ladeaba la cabeza. Ambos se veían recelosos a tal propuesta, ver marchar a su hijo menor a un futuro incierto.
Los días pasaban y mis padres no me ofrecían respuesta, hasta que un acontecimiento lo cambió todo. Se rumoreaba que iba a estallar una guerra civil, donde habría mucho derramamiento de sangre si no se pagaba un tributo por la vida. Mis padres temerosos tomaron una decisión, no querían volver a pasar por la pérdida de un hijo delante de sus pobres ojos. Me dieron todo el dinero ahorrado de la venta de carne y de los cultivos en el mercado, entre lágrimas y sollozos me alejé en busca de mi nueva vida sin saber si volvería a ver a mis padres.
Allí estaba el hombre tan reluciente como siempre, me acerqué y ofrecí el dinero. Lo guardó en un bolsillo interior de su chaqueta y me pidió que le acompañase. Llegamos a la orilla del amplio mar pero no veía un barco, solo un bote con alrededor de sesenta personas dentro. No comprendía nada cuando me di la vuelta aquel hombre había desaparecido. Me dispuse a subir al bote ya que si no me daba prisa se irían sin mí, era ahora o nunca.
A medida que nos alejábamos de la costa tenía el pensamiento de tirarme al agua y volver nadando una parte de mi estaba inquieta, supuse que el viaje sería duro pero en realidad no sabía en dónde me había metido.
En el bote había niños, mujeres embarazadas, bebés… pero especialmente gente jóven. Teníamos cuatro remos y un motor que propulsaba el bote, pero nada de comida ni agua.
Los días o semanas sucedían había perdido la noción del tiempo, estábamos a la deriva a merced de las olas. Los días eran calurosos e insoportables, las noches frías y húmedas. Muchos de mis «compañeros» por llamarlos de algún modo habían fallecido por deshidratación e inanición, sobre todo niños y recién nacidos. Los cuerpos eran arrojados por la borda ya que a causa del sol se descomponían más rápido.
El tiempo pasaba, me sentía más y más débil, no podía parar de pensar en mí familia. No tenía fe en sobrevivir.
Una madrugada vimos a lo lejos una especie de playa, éramos quince personas de las sesenta inicialmente, comenzamos a remar como podíamos hasta con las manos. El oleaje era muy bravo pero después de unas horas llegamos a tierra. Sentir la arena es mis pies me hizo llorar, no tenía ninguna esperanza de sobrevivir en aquel destartalado bote.
Algunos compañeros alertaron que debíamos de irnos de allí, ya que si llegaban y nos arrestaban volveríamos a nuestro país. Con lo cuál me fui corriendo dejando atrás a compañeros que no podían ni arrastrarse, pero a mí me daba fuerza el hecho de poder lograr una nueva vida.
OPINIONES Y COMENTARIOS