Aterida, se acerca a su compañero que respinga asustado, pero, tras un segundo

pasa su brazo por los hombros de la chica y la acerca a su cuerpo. Ella introduce sus heladas manos debajo de la cazadora del hombre, y mientras deja reposar la cabeza en su pecho cierra los ojos y recuerda a su madre ¡Si la viera! Abrazada a un desconocido, como si fuera su amante, tan cerca, tan unida a él…Su madre… ¡Cómo le gustaría estar con ella en este momento! Aunque estuviera sermoneándola como siempre, “Respeta a tu padre, él sabe lo que te conviene” “¡No discutas con tus hermanos, ellos siempre tienen razón”. Mientras recuerda sus palabras, algo húmedo recorre su cara. Alza la vista hacía el negro cielo, y gotas de agua helada salpican su rostro. ¡Llueve, maldita suerte! El viento gélido trae rachas de agua que empapan sus escasas ropas y las de sus compañeros. Intentan taparse con lo poco que tienen, pero en un momento están calados hasta los huesos. ¡Maldita lluvia! ¿Por qué ahora? ¿Por qué no venías cuando rogábamos unas gotas de agua para nuestro sediento ganado, para nuestras tierras yermas? Ahora no te necesitamos, eres lo último que deseábamos. La muchacha reza en silencio pidiendo un poco de ayuda, la necesitan. No deben estar lejos de su destino, llevan muchas horas ahí, la noche cayó hace ya tiempo. ¿Se habrán perdido? ¿Llegarán a buen puerto? ¿Volverá a ver a su hermano? a su gemelo; “El regalo de Dios” como sus padres le llaman. Está esperándola allá, en esa tierra nueva a la que se dirigen, donde ella podrá ser libre, igual que él; eso es lo que le ha dicho en sus cartas, que la espera allí, que no tenga miedo, que él lo consiguió y sabe que su otra mitad también lo hará. “No mires atrás”, le decía en su última misiva “Allí siempre serás la esclava de un hombre, de nuestro padre o del esposo que él elija para ti. Ven aquí, no voy a mentirte, no es fácil, nada fácil. Tendrás que esconderte de la policía, hacer trabajos mal pagados, soportar miradas de desconfianza, pero es tu oportunidad, quizá la única de ser libre, Lala” Y le creyó, y emprendió el viaje, después de pasar casi dos años vagando por la inmensa África, trabajando en cualquier cosa para conseguir el dinero suficiente para el pasaje, para encontrarse con Mbarote y ser libre como él.

El grito de uno de los compañeros, corta sus pensamientos. Expectante asoma la cabeza entre las de los demás, y cuando de un manotazo se quita la lluvia que anega su rostro, a lo lejos divisa un centenar de luces. ¡Por fin, la libertad!

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