Ahora que toca establecer la ausencia como forma de vida.
Ahora, cuando ya es inútil remover las cenizas porque no queda ni una brasa encendida.
Ahora escuecen las fotos que aprisionan momentos ya escapando, resbalando en relojes de arena cuyos granitos éramos nosotros, entonces, cuando estábamos todos, no ahora, ahora ya no, que sólo vamos quedando la estela de los que fueron.
Fuiste un niño que no sabía crecer, por eso te gustaba tanto jugar con ellos, hacerles rabiar, se te daban bien, los niños y los animales, ese era tu espíritu; alegre, divertido, irreflexivo, aventurero. Y así pasaste tu vida, generoso y seguro con esa seguridad que proporciona la imprudencia, arrasando con la bondad del inmaduro, encantador y a veces agotador en tu eterno baile despreocupado.
Estabas seguro porque tu copiloto era inmejorable, lo sabías y cuidaste de ella como lo que era, la joya más valiosa y hermosa que existía. Encontraste tu tesoro y de eso sí fuiste consciente tomando la decisión más solemne de tu vida; quedarte a su lado pasase lo que pasase, convirtiéndote en su defensor más implacable. Sin embargo no iba a brillar siempre y un día su luz se apagó.
Desde entonces el niño comenzó a deambular sin rumbo, el niño travieso primero olvidó que hay grados de travesuras, que algunas cosas ya no tenían gracia, que causaban dolor a quienes le querían, más tarde olvidó que olvidaba, después todo se volvió gris y ya no recordó nada.
Los últimos años de tu largo viaje han sido duros, tristes, angustiosos, el Alzheimer ocupó tu mente. Al menos para ti, salvo un breve periodo de tiempo en el que el paisaje se iba borrando y tú lo notabas, no ha existido dolor. Pasado ese instante en el que la lluvia caía sobre las acuarelas de tu vida desdibujándolo todo, has sido más niño que nunca, tal vez has tenido una auténtica infancia, la que no pudiste disfrutar cuando los años te acompañaban porque este país decidió enredarse en una guerra, esa que tu llamabas “incivil”. Mientras ibas sumergiéndote en tu nuevo extraño mundo, nosotros íbamos inventando historias, juegos, risas, costumbres, en un intento desesperado por mantener el invisible hilo que nos conectase, cuidando de ti todo lo que pudimos, esquivando y obviando los terribles días finales de violencia, en los que era tan difícil encontrar al que fuiste en lo que eras.
Ahora ya te has ido de una manera rotunda y definitiva, ya no hay vuelta atrás, de pronto y sin avisar, delante de nuestras narices. Decidiste marcharte, un portazo como un niño enfadado y ya está, te cansaste de jugar, te fuiste y ya no volverás. No hay ninguna oportunidad para negociar nada, nada para convencerte. No hay nada que decir.
Y aquí quedamos definitivamente huérfanos, tristes, pensativos, colocándonos en la línea de salida porque nos has dejado en el siguiente turno que partirá.
Perdiste la memoria, los niños pierden muchas cosas, son de naturaleza descuidados, así que no te preocupes, la tenemos nosotros bien custodiada y la iremos pasando, alimentada con los nuevos acontecimientos que sucedan, para que siempre alguno de los nuestros la mantenga a salvo.
Buen viaje papá.
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