De postales, familias e historias desplazadas

De postales, familias e historias desplazadas

Después de cinco años volvía a mi país, a mi hogar. Mi abuela, la matriarca de la familia estaba muriendo.

Viajé a Chile sin mi marido, el color de su piel no era el adecuado según los estándares de mi conservadora familia.

Todos los recuerdos, los buenos y los malos se agolparon en mi corazón al momento de cruzar el portón de la hacienda.

La familia estaba reunida. Sentí aquellas miradas esquivas, los saludos forzados y susurros hirientes a mi espalda. Al caminar por la escalera que conducía a la habitación de mi abuela, me detuve y ante el nerviosismo de mi madre, miré aquellos buitres que esperaban ansiosos la generosa herencia.

Entré en silencio en su dormitorio. Mi madre se retiró respetuosa.

Me senté y acaricié su rostro.

Al sentir mi presencia abrió sus ojos celestes y al instante sonrió. Acercó mi mano a sus labios y la besó con intensidad.

Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Perdóname— fue lo primero que dijo.

—Está bien, no hay nada que perdonar.

—Nunca debí interponerme en tu vida, perdóname por favor— insistió.

—Abue, hace muchos años que te perdoné.

Limpió sus lágrimas con manos temblorosas y sonrió agradecida.

Suspiró con profundidad antes de hablar. Lo hacía con intensidad, sabía que no le quedaba mucho tiempo.

—Demasiado tarde aprendí que el amor es lo más importante en la vida, tú me lo dijiste, pero no te creí.

Sin lograr entender del todo, besé su frente.

—Tu abuelo fue un excelente padre y un buen marido, sin embargó, nunca lo amé.

Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar esta confesión.

—Pero abue ¿qué estás diciendo?

—La verdad, mi niña. Nunca tuve tu coraje en ese lejano tiempo en que el amor tocó mi corazón.

Suspiró y su mirada pareció perderse en el pasado.

—1973 fue un año terrible. En esa época me enamoré de Manuel, un joven idealista de ojos soñadores y cabello rizado, me hechizó apenas lo conocí, pero mis padres descubrieron mi amorío— su rostro volvió a ensombrecerse antes de continuar— no podían entender como una niña de bien podía haberse fijado en un roto sin dinero y terrorista según ellos.

Con una renovada vitalidad continuó.

—Pero a pesar de su oposición, continué a escondidas ese juvenil romance.

Imaginé que recordaba cada beso y caricia del joven de cabellos rizados.

Me miró con tristeza.

—Pronto mis ilusiones de felicidad se desvanecieron. No tuve el valor de oponerme a la voluntad de mis padres y el golpe militar terminó de alejarme para siempre de él.

Percibí en su rostro una tristeza que parecía desgarrar su corazón.

—Nunca más volví a verlo. No sabía si lo habían matado o si había escapado del país.

Los años pasaron y cada día odiaba con mayor intensidad a Manuel, por haberme abandonado, por haberme olvidado.

Me miró con profundidad.

—Todo ese rencor acumulado nubló mi corazón. Mi intención era protegerte, no quería que mi historia se repitiera en ti. Cuan equivocada estaba.

Su rostro pareció iluminarse.

—Por favor busca en esa cajonera el joyero— Así lo hice y se lo entregué. Vació con nerviosismo las joyas que guardaba y debajo del terciopelo sacó un sobre.

Es una carta de Manuel que mi madre nunca me entregó. Léela por favor, me pidió con una sonrisa cómplice en su rostro.

Saque la hoja de papel desgastada por el paso del tiempo, la caligrafía era hermosa y suave.

El rostro de mi abuela parecía brillar de felicidad al escucharme. Una extraña emoción empezó a embargarme, era un mensaje de dolor y soledad.

Al terminar, mi abuela esperaba expectante.

Sonreí.

—Es una hermosa carta abue.

—Tontita—me dijo con dulzura —Manuel nunca se olvidó de mí, siempre me amó— dijo triunfante.

— ¿Eso crees? — dije un tanto escéptica.

—Mi niña, no leíste como yo lo hice.

Está bien abuela ahora debes descansar, mañana volveré a visitarte.

Guardé el sobre y puse las joyas encima.

—Tienes razón, mi niña, debo descansar.

Me acerque a ella y nos abrazamos sin apuro, sintiendo el amor que cada una sentía por la otra.

— Cuando haya partido, quiero que te quedes con esta carta para que entiendas cuanto me amaba Manuel.

Asentí con una sonrisa. Antes de salir la miré por última vez.

Tres días después dejó este mundo.

Cumplí su última voluntad, fui por la carta, era lo único que quedaba en el joyero.

De la herencia de mi abuela solo acepté la misiva sin remitente de Manuel

Vuelvo a leerla, esta vez sin apuro.

Te escribo desde la clandestinidad, obvio… lo siento, el alcohol nubla mis pensamientos.

Espero no causarte mal por enviarte esta carta.

Amanezco mil veces en un cielo distinto, y no estoy en mi hogar.

Mi exilio salvó mi vida, pero no la de mis compañeros.

Aquellos que siguieron en la lucha, son solo rostros sin nombre que pronto serán olvidados.

Reír, beber y soñar un mundo mejor es ahora solo un mal recuerdo.

Estoy solo y asustado.

Puedo sentir la muerte en cada esquina persiguiéndome.

Olvido con frecuencia rostros de seres queridos.

Reír…reír es una moneda de plata que perdí hace mucho tiempo.

Sé que no podré volver a mi tierra, y ese pensamiento me desvela.

Intento alejar esa nostalgia, pero es una pesada cadena que doblega mi espíritu.

Espero no incomodarte con mis tristezas, pero sé que entenderás.

Morir poco a poco en la distancia es el castigo por mi rebeldía.

Puede que me haya equivocado, pero sin duda, volvería a luchar por estos ideales.

Resisto este dolor, solo por el recuerdo de aquellos a quienes amo.

Espero regresar a mi tierra, si no es en esta vida, quizás sea en otra.

Manuel.

Al fin puedo descifrar su mensaje.

Mi abuela tenía razón, el extraño de ojos soñadores la amaba.

Mi corazón late a prisa. Ahora solo deseo llegar pronto a mi hogar, besar con pasión a mi marido, no separarme nunca de su lado y repetirle mil veces cuanto lo amo.

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