Mar de recuerdos

Mar de recuerdos

Jesús J. Prensa

23/04/2017

Marina sabía exactamente dónde empezaba el río a oler al mar donde acababa.


— Dices que en cuanto escuchaste aquella historia quisiste conocerla.

— Sí, enseguida.


Marina siempre había vivido cerca de los ríos, en ellos buscaba el olor que le permitiese vislumbrar dentro de sí misma el mar. Ella nunca lo había visto. Sabía que ante él sería devorada por las olas y llevada hacia adentro.


— ¿Cómo la encontraste?

— Preguntando a lo largo de este río. Estaba agachada en la ribera izquierda lavándose las manos, iba descalza, el pelo negro y largo le caía por la espalda. Llevaba un vestido color granate, una pulsera en la muñeca.


Marina se imaginaba al mar como una ola enorme con forma de boca, los dientes afilados y brillantes de espuma blanca.


— ¿Qué fue lo primero que le dijiste?

— Primero nos miramos. Ella se acercó a mí secándose las manos en el vestido, hizo un gesto con la cabeza y entró en su casa. Olía a aire.


Marina había conseguido saber en qué punto de cualquier río el olor recordaría al mar. Si remontaba un poco la corriente dejaba de olerlo, si acompañaba a la corriente caminando por la ribera la imagen del mar con forma de boca abierta y dientes blancos se le aparecía nítida y fuerte en su mente. Vivía en ese punto entre medias, donde era capaz de mirar hacia la derecha, y oler al mar, y girar la cabeza a la izquierda, y oler a río.


— Entonces, ¿qué fue lo primero que le dijiste?

— Si podía entrar en su casa. Me dejó pasar. Estuvimos horas y horas hablando, me preguntaba y yo le preguntaba, nos respondíamos mirándonos a los ojos. Nos contábamos. Cada minuto que pasaba me parecía más bonita, tenía los ojos marrones rodeados de verde. Movía las manos como si entre ellas luchasen a embestidas. Solía levantarse y mirar por la ventana. Por la noche le propuse algo.

— ¿Y qué sintió la primera vez que vio el mar?

— No lo sé, pero debió ser algo muy fuerte porque me abrazó con mucha fuerza, me dio media vuelta y siguió junto a mí mirándolo. Estábamos de pie. Lo que sí decía y repetía mucho fue que el olor era igual, pero más intenso, mucho más intenso, como si fuera de verdad, de verdad el mar, sólo extenso.


— Marina, quiero proponerte algo.

— Dime.

— Llegar al mar en la barca que tengo anclada fuera, el río nos llevaría.

— ¿Al mar?

— Sí, hasta el mar. Sé que no nos comerá con su boca grande y dientes de espuma, no nos arrastrará hasta dejarnos enterrados en el mar.

— ¿Cómo lo sabes?

— Porque los ríos son los caminos del mar, los recuerdos que se quedan en la memoria para siempre. Si llegamos a través de ellos el mar no se va a enfadar, nos acogerá sereno. No tenemos que hacer nada, sólo dejarnos llevar.

— Vale. Vamos. Vámonos.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS