«¡A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir!», gritó la mujer rubia mientras escapaba del escuadrón de las SS. Corrió todo lo que permitían sus tacones y llegó hasta la tribuna. La multitud que vociferaba en la Marienplatz calló al verla. Ella se ajustó la minifalda y tocó el micrófono. «Vamos a acabar con esta mierda de viaje», pensó, y comenzó a entonar el “Bella Ciao”. Los abucheos dieron paso al pánico conforme la caterva percibió que, tras el velo de tul, justo encima de unos carnosos labios carmesí, permanecía el eterno y reconocible bigote negro.
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