Te regalé una bonita sonrisa. “De Joker”, pensé mientras entreveía el reflejo de mi rostro cansado en el retrovisor, y reparaba en el carmín corrido de mis labios y los goterones de rímel diluido en sudor deslizándose por mis mejillas.
Habías pagado un buen dinero por ese rato de sexo en la mugrienta cabina de tu camión, y las sonrisas falsas –como los jadeos fingidos y los besos de mentiras– estaban incluidas en la tarifa.
En unos minutos seguirías tu camino. Y yo, mañana, podría pagar la última factura de la luz. Y sobrevivir un día más en este agujero.
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